Bragas… esa prenda que todas llevamos como una extensión de nosotras mismas y que solo nos quitamos cuando la cosa se pone interesante. Desde que tengo uso de razón, las bragas han estado ahí y han ido evolucionando conmigo. Desde las braguitas con dibujos de animalitos y cupcakes (bueno, en mi época eran bragas con magdalenas, lo de cupcakes todavía no estaba de moda) pasando por los tangas sexys de encaje hasta las bragas altas. Después de haberlo probado todo, llega esa extraña etapa en la que tu cajón parece el estante del Primark, hay de todo: culotes de Bob Esponja, bragas tan gastadas que parecen un trapo, tanguitas de encaje y bragas de abuela. ¿En qué me he convertido? piensas entonces. ¿Cuál de ellas me representa? Lo que parece una anécdota graciosa, se convierte en un dilema existencial.

Es cierto que hay bragas para cada ocasión, el problema es que, llegado cierto momento en la vida, las has ido acumulando todas en tu armario, y aunque te joda, las cómodas son las más viejas, grandes, sin costuras y MENOS SEXYS que puedas encontrar. Sí, son esas. Las que no te pondrías a menos que fueras a hibernar durante diez años y te dieran por muerta.

Os estaréis preguntando cuál es el problema. Pues que con estas bragas anti-morbo no te atreves a salir de debajo del edredón. Así que para salir, follar, llevar leggins o hacer cualquier actividad erótica-festiva, tus queridas bragas no te acompañarán. Entonces yo me pregunto: ¿y por qué no? ¿Acaso no soy yo libre para decidir qué me pongo?

Exacto. El problema no es mío. El problema es el tabú que gira en torno a las bragas, o dicho de una forma más fina: los prejuicios sobre la ropa interior femenina.

Vamos a ver: en los anuncios de Intimissimi escogen a chicas monísimas con una ropa interior que lo único que hace es ostentar, porque tapar, no tapa, y tampoco es que sea una locura de cómoda. Las marcas de ropa interior persiguen un único objetivo: suscitar la excitación en los hombres que, para colmo, ni se fijan y lo más importante de todo: NO LAS LLEVAN PUESTAS.

Seguro que todas hemos pasado por situaciones incómodos típicas; como cuando te surge un polvete espontáneo y tú tienes puestas esas bragas antimorbo de las que hablábamos antes. Entonces durante un microsegundo pones en una balanza: ¿tirarme a un bombón o dejarlo pasar por unas bragas poco atractivas? Haciendo alarde de tu personalidad y tu confianza en ti misma, te lanzas para terminar escuchando: ¿de dónde has sacado esas bragas de abuela? Acompañado de una cara de decepción máxima. ¿Excuse me? Parece que toda tú queda reducida a una mala decisión mañanera, justa esa mañana no te fijaste en escoger tu ropa interior.

Por no hablar de los problemas que sufrimos algunas mujeres, como irritaciones por las dichosas bragas de nylon (¿de quién fue esa idea?), los sudores veraniegos porque no transpiran o lo incómodo que resulta (pasadas unas horas) llevar un hilo entre nalga y nalga. ¿Por qué nadie habla de estas cosas? Yo me conformaría con ver un anuncio en alguna mercería tipo: “¿Cansada de costuras apretadas? Aquí están tus braguitas ideales” o algo que representara nuestros problemas de verdad.

La primera vez que un tío me dijo, en lo que a mí me pareció un acto sincero, que “le gustaban las típicas bragas blancas de algodón de toda la vida” yo tenía 23 años. Ni más ni menos. Me había pasado los últimos siete años preocupándome por ir monísima, depiladísima y haciendo un match braguita-sujetador para cada ocasión. Cuando el chico me dijo eso, sentí un alivio tremendo, y me sorprendí de no haberme dado cuenta de que detrás de todo eso había un problema de verdad.

Lo de follar y excitar está muy bien, yo soy la primera que cuando quiere celebrar una ocasión especial voy a pillarme lo más sexy y con menos tela que encuentre. Pero esa no soy yo todos los días, y quiero sentirme la misma e igualmente sexy cuando llevo un tanguita de hilo que cuando llevo unas bragas cualquiera, blancas de algodón de toda la vida.

Alba Nonstop