Me ha costado bastante trabajo ser capaz de decirlo, pero así es, hasta hace relativamente pocos años mi forma de pensar era completamente opuesta a la realidad de lo que soy ahora. ¿Nunca os habéis planteado la manera que tiene la vida de darnos lecciones para hacernos comprender el sentido de las cosas? Quizás me estoy poniendo demasiado intensa, pero lo cierto es que la verdad es la que es, hasta lograr ser la mujer que soy ahora he dado muchos y muy pronunciados bandazos.

Puede que fuese por la educación recibida o simplemente el haberme centrado en esa absurda tendencia de dar solo importancia a lo que podía afectarme a mí. Estar en esa burbuja donde todo es perfecto, donde no existen las malas formas, las malas palabras, los actos machistas… ¿de qué podían quejarse todas esas ‘feminazis’ que salían a las calles desaforadas? Ay, amiga, en el momento en el que me paré a pensar y fui consciente de esa verdad que hasta entonces no había querido ver…

Claro que si tengo que confesar, lo de llenarme la boca con el feminazismo o con que las mujeres nos quejamos de vicio, con criticar a las feministas más radicales o montarme en la moto de la crítica directa a la mujer, no fue lo único en lo que erré por completo cuando empezaba a ser ya una adulta hecha y derecha. Recuerdo con bastante vergüenza cómo puse en mi boca esas palabras que a día de hoy tanto critico:

‘Si esa tía no quería hacerlo que no se hubiera comportado como una puta’.

¿Cómo podía ser capaz de soltar tamaña barbaridad y continuar con mi vida como si tal cosa? Auspiciada por la valentía que me daba creerme con el derecho de juzgar a los demás, dar por hecho un millón de circunstancias de las que en el fondo yo misma sabía que no tenía ni idea. Señalando a las chicas porque todas sabemos que lucir minifalda es sinónimo de ‘buscar guerra’ o defendiendo siempre esa idea de que al hombre se le ataca por sistema y que menuda injusticia contra todos ellos.

Era falocentrista aunque no quisiera verlo. Defendía el concepto del Girl Power pero si era de la mano de un hombre que me guiara pues mejor que mejor. No podía entender cómo podía haber mujeres que no fueran capaces de dejarlo todo para lanzarse a los brazos de su príncipe azul. Porque por aquel entonces estaba segura de que encontrar un hombre que realmente me quisiese era de los mejores regalos que me podía dar la vida. La vida independiente de la mujer, sí, pero ‘las chicas con los chicos deben estar‘.

Y es que esta era otra. Hace no mucho tiempo el CaraLibro – Facebook para los amigos – me recordaba una publicación de hace algún tiempo en la que yo misma criticaba el hecho de que un hombre trans se hubiera marcado una sesión de fotografías amamantando a su hija.

‘¡Menudo bochorno! Esto es solo para nosotras, las mujeres. Esto es una incursión a la idea natural de la vida.’

No me escondo, me repugna haberlo pensado, haberlo escrito, haberlo compartido, y desde aquí entono el mea culpa teniendo más claro que nunca que estaba terriblemente equivocada. ¿De qué iba aquella chavalilla de 25 años que se creía con la razón suficiente para decir qué puede la gente hacer o no? Una imagen de amor tan real como aquella y mi yo más rancio tan solo era capaz de ver un acto contra natura.

Fui muy crítica con el lenguaje inclusivo, me obcequé en el hecho de que muchas familias quisiesen crear a sus hijos alejándolos de los roles de género y no lograba entender ese momento en el que un hombre o una mujer deciden que un cuerpo no les define. Se llama ignorancia, ahora lo entiendo, y aunque no está mal que todas tengamos diferentes formas de comprender estas ideas, en mi caso el problema se centraba en que en algunas ocasiones se me llenaba la boca defendiendo mis posturas completamente faltas de argumentos.

De alguna forma creo que una parte de mí se estaba dejando guiar por ese concepto tradicional y arcaico de lo que nos tocó mamar durante muchos años. Mi lado más reivindicativo estaba todavía en fase rem, aunque por fortuna fui capaz de espabilarlo a tiempo. A tiempo para hacerme ver que estaba muy equivocada, que la vida es mucho más de lo que yo vivo y que la empatía, el aprender a escuchar, y sobre todo la información, son valiosísimos para progresar como sociedad.

Hoy en día puedo decir que soy la misma pero diferente, que si algo positivo he sacado de todo esto es que de los errores también se puede aprender y que nunca es tarde para marcar un ‘hasta aquí’ y empezar de cero. Me considero feminista, veo al resto de mujeres ya no como ese enemigo contra el que luchar sino como compañeras a las que abrazar y comprender como se merecen. No concibo que se ponga en duda a una mujer que dice haber sido maltratada o violentada, y tampoco juzgo a nadie por su ropa o su apariencia. Realmente ahora sé que debo comportarme con las demás como yo esperaría que me tratasen a mí. Era fácil y no sabía verlo, muchas veces aquello que tenemos frente a nuestras narices es lo que más nos cuesta percibir.

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