Aquellas personas que sufrimos de ansiedad —sea puntual o generalizada—, sabemos que nos tenemos que enfrentar a dos cosas: a los picos de ansiedad, y a la lucha por controlarla.

Y si miras por internet, hay un montón de métodos para intentarlo: controlar la respiración, meditar, relajarse, ponerse música… Y son métodos que funcionan, pero no siempre ni a todo el mundo. Esto es algo que lo he hablado con más personas de mi entorno que la sufren, que les han recomendado la meditación, y si bien ayuda a veces, cuando los picos son muy elevados, es imposible pararse a meditar y dejar que cuerpo y mente se relajen. Da igual lo mucho que lo intentes, la cabeza sigue a mil por hora, el corazón desbocado, las palpitaciones haciéndote polvo el pecho y tú con ganas de liarte a lanzar todo por la ventana a ver si así se pasa.

A mí me gusta meditar, es algo que suelo hacer casi todos los días. Me pongo mi varilla de incienso, música relajante, me siento en la cama, y ahí estoy un rato dejando pasar los pensamientos, centrándome en mi respiración… Y oye, es verdad que cuando llevas un tiempo haciéndolo y te acostumbras, el propio cuerpo se va relajando solo y cuando acabas estás como recién salida de una piscina calentita.

Sin embargo, hay veces que la cabeza me va por otros derroteros y no soy capaz de centrarme en meditar. La idea intrusiva en cuestión empieza a hacerse bola y a ocuparme todos los pensamientos.

¿Me pongo a ver una película? Ahí aparece. ¿Me pongo música? Más de lo mismo. ¿Juego un videojuego? Cuando me doy cuenta me han matado cinco veces y yo estoy enredada en ese hilo que me ahoga. Y en una de mis revisiones, hablé de esto con mi enfermera, por si tenía que volver a mi doctora y ver si cambiaba la medicación o algo. Ella, que es que es un sol, se sentó delante de mí y me dijo:

—Cuando sientas que la ansiedad no solo aparece, sino que va escalando, prueba a hacer actividades manuales: un puzle, punto… cualquier cosa que te pueda dejar la mente en blanco. Si ves que eso no lo controla, cuando vuelvas hablamos con la doctora.

Claro, yo en ese momento estaba con cara de no estar muy convencida, pero como hasta el momento, en los años que llevaba con ella, nunca me había dado un mal consejo, se lo agradecí y decidí ponerlo en práctica.

Unas noches después de aquella conversación, me dio uno de esos brotes. No recuerdo por qué, pero estaba agitada, había empezado a respirar más rápido y fuerte de lo normal, notaba las palpitaciones en medio del pecho como si me dieran con un palo…

Entonces recordé lo que me dijo: cogí lo primero que se me ocurrió, que fue un montón de maquillaje de mis cajones, me fui al despacho, y empecé a maquillarme. Sin una idea clara de lo que hacer, sin un esbozo… nada, solo empecé a aplicar color, a jugar con los productos. Y mi sorpresa fue que, cuando quise darme cuenta, estaba tan centrada en maquillarme que todo pensamiento intrusivo había desaparecido. Terminé el maquillaje, me hice un par de fotos porque me había gustado cómo quedó, y entre eso, lavarme la cara y todo, me había entrado el sueño y caí rendida en la cama.

Una vez más, mi enfermera había dado en el clavo con lo que necesitaba, y me había dado otra herramienta con la que ayudarme.

Lógicamente, a lo largo de estos dos años desde que me lo comentó, he ido combinando actividades: algunas me han funcionado mejor, y otras peor. Por ejemplo, con el puzle me desesperaba, lo acababa pasando peor, así que no he vuelto a probar a hacer uno en momentos así. Sin embargo, este año pasado descubrí los cuadros de Diamonds 5D, me personalicé uno y me ayudó a pasar este verano entre oposiciones, problemillas en la familia y calor infernal.

Y ahora, por ejemplo, canalizo esos ataques —que, por suerte, no son tan habituales ya— haciendo cuadernos que subo a Amazon, o papelería que luego se queda ahí, por si algún día me da por sacar blocs o pegatinas.

¿Y sabéis lo mejor? Que en una de mis sesiones de fisioterapia, porque por la postura al estudiar y en el ordenador se me hacen unas contracturas enormes, hablé de esto con mi fisio y me dijo que a él le había dado el mismo consejo su psicóloga. Que, en su caso, lo que le ayuda es coger el bajo y ponerse a tocar. Se concentra tanto en la posición de los dedos, las notas y leer las partituras, que al final se le acaba pasando todo.

Así que, si algunos de los que me estáis leyendo sufrís de ansiedad y no habéis probado esto, hacedlo, porque de verdad que la cabeza acaba por quedarse en blanco y ayuda un montón. Y, por supuesto, si tenéis otras herramientas que puedan ayudarnos a aquellos que lo sufrimos, compartidlas, porque no a todo el mundo le funciona lo mismo. Eso sí, por favor, si sufrís o creéis que sufrís ansiedad, depresión, etc., antes de nada, acudid al médico, pedid ayuda. Es lo más importante y el primer paso para poder controlarlo de verdad.

 

Nari Springfield.