El mundo está muy jodido si hay quien prefiere exponerse a un brote psicótico que a coger unos kilos.

Y no es una exageración ni cuestión de algún caso aislado.

La realidad es que hay muchas mujeres que llegan a dejar la medicación porque esta les hace engordar.

Y, bueno, si lo que dejan es la píldora anticonceptiva, hay otros métodos que pueden usar.

Si se trata de un antihistamínico que pueden sustituir por otro que les vaya mejor, pues vale.

Pero ¿qué sucede cuando se trata de antidepresivos o antipsicóticos?

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Irene tenía veintidós años cuando sufrió su primer brote.

Todo parecía indicar que se había tratado de un hecho puntual debido a una situación de estrés.

Sin embargo, unos años después, volvió a sufrir otro.

Y a las pocas semanas otro más.

Fue diagnosticada de esquizofrenia, comenzó a hacer terapia y a tomar la medicación que le ayudaba a mantener el control.

Tuvo mucha suerte, el tratamiento con risperidona le iba bien y, gracias a su terapeuta, aprendió cómo funcionaba su cerebro e incluso a distinguir cuándo se la estaba jugando.

Después de la conmoción inicial, Irene comprendió qué era lo que le ocurría, lo que significaba y que, al menos en su caso, la terapia y la farmacología le permitirían llevar una vida normal.

De hecho, así fue durante los primeros meses.

Hasta que se dio cuenta de que estaba engordando.

Había ganado una talla, qué horror.

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Justo ahora que estaba empezando a ir en serio con su chico. Ahora que se sentía estable y volvía a salir con sus amigas y a hacer vida social.

Justo cuando había empezado a ganar la confianza perdida a raíz de aquellos episodios que no quería recordar.

Se puso a dieta y empezó a hacer ejercicio.

Pese a su esfuerzo, no tardó en constatar que no solo no bajaba de peso, sino que ya tenía que comprar los pantalones de una talla más.

Ya no se podía arreglar para salir, nada le quedaba bien.

Su novio la iba a dejar si seguía así.

Dado que la dieta y el deporte no surtían efecto, y debido a la falsa seguridad que le conferían su estabilidad y conocimientos sobre su enfermedad… Irene lo vio claro.

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Podía permitirse dejar la medicación.

Tenía a su cerebro bajo control, no necesitaba seguir con esas pastillas que lo único que le hacían era engordar.

Conocía los riesgos, pero asumirlos era más fácil que asumir el imparable aumento de peso.

Antes de perder tan siquiera un kilo, Irene perdió su trabajo.

Luego a su novio y, no mucho más tarde, a la mayor parte de su entorno social.

La causa no fue su figura, sino el comportamiento paranoide que no supieron entender porque ella no les había hablado de su enfermedad.

Afortunadamente siempre tuvo de su lado a su familia.

Gracias a ellos consiguió superar el brote y salir de la realidad paralela y oscura en la que se había sumergido al dejar la medicación.

Irene me ha permitido contar su historia consciente de que no es la primera ni la última persona que una vez puso en riesgo todo lo que tenía por deshacerse de unos kilos de más.

Consciente ahora de la presión a la que nos somete una sociedad que nos prefiere enfermas a gordas.

Y, lo que es peor, una sociedad que no solo prefiere un cuerpo normativo a uno sano, sino que nos convence de que mantenerse dentro del canon bien merece nuestra salud y lo que haga falta poner en riesgo.

Que levante la mano la que alguna vez se pasó días a base de agua y una manzana.

La que hizo la dieta de tres jornadas a yogur y melocotón durante un mes. Las que alguna vez directamente dejaron de comer hasta ver bajar la cifra que les mostraba la báscula.

La que sufre por no poder comer nada de lo que más le gusta.

O la que se ha sentido mal y se ha culpado por darse un capricho.

Nuestras manos levantadas podrían tapar el sol a toda la península ibérica.

Por eso debemos seguir luchando por la aceptación de la diversidad corporal.

Para que no haya más Irenes que arriesguen su salud mental por el miedo a estar gorda.

Por conseguir que nadie sienta que es menos, que es malo o que es peor, por no vivir en uno de esos cuerpos erróneamente considerados normativos.

Porque no está bien, nunca lo ha estado y nunca lo estará.

Porque el mundo está muy jodido si hay quien prefiere exponerse a un brote psicótico que a coger unos kilos.

 

 

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