Lo que nos está pasando en este edificio tiene unos tintes almodovarianos, que  cuando lo cuento, la gente no se lo cree. No tenemos ni un puñetero día de paz y la  situación nos tiene tan desquiciados que nos estamos planteando buscar otro piso y  escapar, pero me da una rabia tremenda porque me encanta este piso que hemos  convertido en hogar y en el que vamos a formar una familia en pocos meses. Pero  claro, nos encanta todo menos los vecinos, que parece que se hayan puesto de  acuerdo para putearnos, porque no sino no me lo explico. 

Llegamos al piso con mucha ilusión porque íbamos a tener más espacio, un  despacho y ¡dos baños! Madre del amor hermoso, a cualquiera que me pregunte cual  es el secreto de una pareja duradera y con una relación sana, le diré que tener un  baño para cada uno, porque eso, señoras y señores, es otro nivel: no tienes que pelear  por baldas, puedes cagar y ducharte cuando te plazca y no tienes que tragarte los  hedores del otro, que por mucho amor que haya, la mierda huele a mierda. 

Vaya, que estábamos felices con el cambio del antiguo pisito sin ascensor a este  palacio y encima el casero nos puso la renta a un precio fenomenal por ser conocidos,  vamos, un sueño hecho realidad. Hasta que nos mudamos y se volvió una pesadilla… 

Resulta que el edificio se había construido en el terreno de una familia que  tenía su casa de toda la vida allí y les habían dado un dinero y uno de los pisos por  ese terreno. Justo el piso de debajo del nuestro. En ese piso viven un señor mayor y  un hijo soltero de nuestra edad. El caso es que, como el solar era de su propiedad,  creen que siguen siendo los dueños y señores de todo el edificio y se sienten en el  derecho de exigirnos un silencio absoluto a todas horas que es impensable conseguir  si no estás muerto. 

Nosotros trabajamos de lunes a viernes a jornada partida, lo que significa que  casi no pisamos por casa más que para cenar y dormir y, sin embargo, cada vez que  estamos en casa tenemos que aguantar golpes de cepillo en su techo, que es nuestro suelo, palabrotas e insultos hacia nosotros a voz en grito y timbrazos en la puerta  para avisarnos de que dejemos de hacer ruido o llaman a la policía. Y no, no somos  ruidosos ni irrespetuosos. Los viernes nos gusta ver una película en el sofá después  de cenar, pongo música mientras limpio por la mañana los fines de semana y algunos  sábados invitamos a comer o a cenar a una pareja de amigos en casa. Y ya. Si es que  somos unos muermos de cuidado y aun así no paran de quejarse de nosotros cada  día, ni nos miran cuando nos cruzamos por el portal y ya saludar, olvídate porque  parece ser que somos el demonio hecho pareja.  

Y lo peor no es todo lo ya contado, el colmo de la garrulería es para el hijo, que,  además de gritar, insultarnos por la ventana y subir con amenazas, el pasado sábado  eran las tres del mediodía y estando yo en la habitación que tenemos de oficina  repasando unos papeles, comienzo a escuchar las voces de este energúmeno por el  patio de luces y al correr las cortinas le veo increpándome con una escopeta, porque  le molestaba la música que tenía puesta en la oficina (que puedo asegurar que estaba  a volumen bajo porque si no me cuesta concentrarme en el trabajo). 

Me puse muy nerviosa y marché con mi pareja que estaba en el salón, una de  las ventanas también da para ese patio de luces, para pedirle que no abriese la  ventana ni se enzarzase con el tipo porque la cosa pintaba muy mal y yo, de casi  cinco meses, me niego a salir en el telediario de la noche porque el vecino que llega  mamado de la ronda de cañas del mediodía nos haya dado con un perdigón o algo  peor, porque yo no sé qué tipo de escopeta era… 

Con el corazón a mil nos quedamos mirando a través de las cortinas hasta que  vimos al padre salir y tirar del pirado para dentro. 

Todavía se me acelera el corazón al pensarlo y cada vez estoy más convencida  de que no podremos seguir viviendo aquí. Si ahora son tan pejigueras con los ruidos,  qué pasará cuando nazca el bebé y le dé por llorar o por jugar, cantar o saltar…  

Pero es que aquí no acaba la cosa en este edificio del demonio porque, para  colmo, al piso de arriba se han mudado hace unos meses una mujer con su hijo  adolescente y los días de diario, que nos acostamos temprano porque madrugamos  bastante, nos toca aguantar al chico dando gritos y golpes en la mesa hasta las dos o tres de la mañana mientras juega a algún juego en línea. Pensamos que lleva  cascos porque el juego no se oye y una vez que subimos a pedir que dejase los gritos  de madrugada, igual que los de abajo pero justificado, no nos abrió y dejó de gritar.  Creemos que la madre trabaja de noche y por eso el chaval se pasa la noche jugando  porque cuando la madre está, y esta es otra, pueden estar hasta las once de la noche  dándose gritos el uno al otro, discutiendo como posesos. El caso es que entre los de  abajo y los de arriba, estamos desquiciados prácticamente cada día en nuestra  bonita casa y pensareis que por qué no tomamos cartas en el asunto, pero es que, no  sé si es cuestión de que soy una cagada o que me pongo en exceso en el lugar de los  demás o que no quiero tener conflictos, que no sé ni por dónde empezar a defender  la deseada tranquilad de nuestro hogar. 

Hace unos días el casero nos dejó caer que estaba pensando poner en venta el  piso, por si queríamos comprarlo, pero es que, al saberlo, lo primero que se me ha  venido a la cabeza es largarme cuanto antes, porque ni de coña me planteo comprar  este piso rodeado de malas vibraciones por arriba y por abajo y, esperar a que se  decida a ponerlo en venta y tener que estar pendiente de enseñar el piso a posibles  compradores con la angustia de que si se vende nos tenemos que buscar la vida, no  es lo que necesitamos ahora mismo. 

Yo lo único que quiero es esta tranquila y afrontar la maternidad con  serenidad y fuerza y me parece a mí que con este percal no va a poder ser y  tendremos que renunciar al piso fantástico que con tanto mimo adecuamos a nuestro  gusto.  

Y es que ya tengo asumido que, a veces, la vida es muy cabrona…

 

Maragla