Hola queridas mías de mi amor y de mi corazón, os vengo a contar la situación un tanto surrealista que viví hace un tiempo y que de verdad me hizo perder la poca fe en la humanidad (más bien en los hombres) que me quedaba  y que me está costando recuperar.

Pues bien, me encontraba en esa época donde la soltería se apoderaba de mi existencia y ya estaba aburrida de que, la única salsa de mi vida fuera la mahonesa y el kétchup ¡Basta!

 

Por lo que toda chulita decidí bajarme esa gran aplicación llamada Tinder para buscar un amante empotrador fornicador que me animara el asunto y  de paso, si me daba una serie de orgasmos, mejor que mejor.

Me puse a mirar el catálogo de maromos y bueno, como decía mi madre, entre col y col siempre te puedes encontrar alguna lechuga. Y entre todo ese huerto encontré a llamémosle Mario.

El destino quiso que los dos nos diéramos match y pudiéramos conocernos.

Empezamos con la típica tanda de preguntas, que si qué edad tienes, que si estudias o trabajas y demás protocolos de ligoteo.

Es aquí donde tengo que confesar un detallito. Hace tiempo y por experiencias previas, no le comento a los hombres de primeras a lo que me dedico, porque por lo general se suelen hacer una idea muy equivocada y no me apetece la verdad.

Diréis ¡pero en qué trabaja esta muchacha! Y es que desde hace varios años trabajo en una tienda erótica como dependienta además de ser sexóloga.

 

Dejar muy claro que para mí, mi profesión es todo un orgullo y os puedo garantizar que es la vocación de mi vida, pero hijas mías, los hombres por lo general me han demostrado que se piensan que voy a usar todo el repertorio de la tienda o que les voy a hacer la bicicleta y mira, no.

Me entran ganas de gritar a los cuatro vientos que soy sexóloga y no follóloga, gracias.

Por lo que a Mario decidí decirle que trabajaba en una tienda como dependienta y dejar un poco de sorpresa para el final.

Llegó el gran día, después de unos cuantos cientos de mensajitos por Whatsapp la cosa ya estaba más que calentita, y la verdad que el susodicho me ponía perraca perdida además de ser muy majo y hacerme reír como una boba.

Decidimos quedar en un bar irlandés que nos pillaba a medio camino y así tomarnos unas cervecitas mientras nos contábamos nuestras vidas y veíamos si la cosa fluía tan bien como por móvil.

 

Llegué al sitio con los pulmones casi en la boca, porque para variar llegaba tarde y tuve que hacer un sprint en toda regla y una que no está nada en forma y además le da al fumeteo pues ya me diréis.

Me asomé por la puerta, y ahí le vi sentadito con su móvil esperándome. En cuanto me vio se levanto rápidamente, y fue directo a darme dos besos con una gran sonrisa y un “¡Por fin has llegado!”.

Pedimos unas cervecitas y empezamos a conocernos un poco mejor. Cuando ya llevábamos como una hora hablando y ya íbamos un poco chispitas con tanta cerveza le digo entre risas, “oye que te tengo que confesar que realmente trabajo en una tienda erótica y además soy sexóloga”

Lo que imaginé que derivaría en más risillas y alguna que otra pregunta, terminó siendo una cara más gélida que el muro de hielo de juego de tronos y una actitud totalmente seca y distante por parte de mi acompañante.

 

Llegados a ese punto a mí se me atragantó hasta la cerveza, y sin saber muy bien cómo salir de la situación le pregunto a Mario que es lo que ocurre.

Y el muy… ni corto ni perezoso me dice “No sabía que eras de ESE tipo de mujeres que prefieren juguetes porque nunca tienen suficiente  ni con un hombre ni con varios, que al final eso esconde un poco de vicio y que eso de sexóloga a saber a lo que me dedicaba”

CON DOS CO-JO-NES

Osea, ojiplática es poco amigas mías, me habían hecho muchas bromitas e insinuaciones por mi trabajo pero llamarme viciosa en toda mi cara, era la primera vez y por mis ovarios que la última.

Con toda la elegancia y sutileza que me caracteriza, agarré mis bártulos y le dije que ahí se quedaba que para aguantar gilipollas como el me quedaba con mi succionador de clítoris que era el único que me podía garantizar un buen orgasmo y encima sin aguantar gilipolleces.

bye

Y con un buen movimiento de tacones, un reajuste de pechotes y un movimiento de culo digno de la mejor top model, me largué de ese bar dejando al querido Mario con la cuenta y las cervezas.

A partir de ahora siempre explico detalladamente a lo que me dedico y al que no le parezca bien, a mamarla. Que no hay mejor filtro que ese para quitarte gilipollas.

Por cierto, de momento como los orgasmos que me da mi succionador, ¡Ninguno!