Leí en un estudio por redes sociales que mandar a la mierda , así literalmente, reducía los niveles de cortisol en un número bastante elevado. Buceé por los comentarios y había gente que decía que desde que usaba esa técnica la vida le iba un poco mejor. Y es que la brusquedad de las palabras es inversamente proporcional al alivio que causan.  

 

Y es que  hay determinados seres humanos que la discreción y el respeto lo tienen donde yo tengo el Maseratti , en ninguna parte, vaya.

Hay de varios tipos: están los de a largo plazo, como los préstamos, y los intermitentes. Las personas de la primera categoría forman parte del contexto del día a día, te evalúan a diario, aunque los veas una vez a la semana, son esas personas que deciden que como con su vida no tienen suficiente, van a apuntarse al curso de la tuya. Pero ojo, que no como espectadores, sino con el título de capitanía. ¡Nada menos! Son aquellas personas maestras Yoda del conocimiento vital, nunca se equivocan. Y si lo hacen, porque son seres humanos, le pasarán la pelota a quienes puedan. Imagínate que descubres que no son la perfección, que son semidesnatados. Qué horror. También en este grupo están las personas que ven el futuro, que saben que algo para ti no va a ocurrir, porque en un lenguaje elaborado te dicen algo así como que es imposible. Imposible, porque no han movido el culo del sillón para comprobarlo. Y te critican porque tampoco hay mucho más para hacer. 

Son esas personas de: ¿ pero chica todavía estás en ese trabajo?, ¿ todavía no tienes pareja? “Madre mía, parece que te has puesto un poco más gorda , ¿no?”, Y ¿ el novio pa’ cuando?, ¿ No terminas la carrera ya de una vez o qué?”.

Gente que lo que piensa, no lo filtra, lo suelta y a ver qué sucede. Porque lo de la educación , no deja de ser una palabra que termina en ON.

 

Ahora entiendo que discerniendo lo importante del ruido los niveles del cortisol desciendan y que el alma tenga mucho brilli-brilli, cuando se pronuncia el conjuro mágico: vete a la mierda.

Almudena.