Mientras me visto, me reafirmo: creo haber elegido bien el atuendo. Esta camisa blanca, impecablemente planchada, hubiera gustado a Agnés. Ella sentía predilección por las cosas sencillas. Llevábamos una vida discreta, sí, como han recordado estos días a la prensa sus antiguos compañeros y alumnos.

También le hubiera gustado el chaleco moteado, el pantalón gris y los zapatos negros que me estoy poniendo, con mucho cuidado. Es un atuendo muy acorde para el baile. ¡Cómo nos gustaba bailar! Seguir la melodía, buscando esa perfecta sincronía entre los dos, era su vía favorita de evasión. Se sentía bien al concentrarse para acoplarse al ritmo, y a que los dos nos acopláramos. Durante minutos, se dejaba envolver y despejaba su mente de esa vocación pedagógica de la que jamás se desprendía. Porque mi Agnés vivía con un claro propósito.

He cuidado cada detalle de este ritual de despedida. De algún modo, me siento llamado a compensar lo injusto que ha sido su final. Ella, una idealista que creía en el poder transformador de la educación. Ella, que entregó su vida a la tarea de enseñar. Y no solo el español, idioma que le fascinaba por su norma, gramática y por la cultura que lleva asociada, como el flamenco. Mi querida Agnés lleva desde el 97 en el mismo instituto, entregada a buscar la mejor fórmula para extraer de cada alumno y alumna lo mejor de sí. Para guiarles en la búsqueda de su mejor yo.

Estoy listo, o tan listo como se puede estar en un momento como este. Es hora de salir. Es momento de despedir a la mujer con la que tanto he compartido. Por el camino intento mantenerme entero. Yo sí quiero darle a Agnés el final que merecía. Sé que a ella le hubiera gustado algún gesto que contrastara la sinrazón y minimizaran una posible ola de resentimiento. Algo que fuera emotivo y bello. Algo que contrastara con ese momento de violencia que vivió al final y que, estoy seguro, le rompió el corazón. Porque fue uno de ellos, uno de esos alumnos a los entregaba su energía y su tiempo día tras días. Y protagonizó uno de esos actos que desvanecen la ilusión y la esperanza de las personas como mi Agnés. Me siento en el deber de compensarlo para poder continuar su legado, y para que siga siendo luz entre la conmoción y la desesperanza.

Hemos llegado a la iglesia de Sainte-Eugénie de Biarritz. Distingo entre los asistentes a compañeros, alumnos, familiares y amigos. Es mucha gente la que ha venido, y sé que eso también le gustaría. Porque toda esta gente, con su presencia, también condena la violencia y se adhiere a vivir en paz en su comunidad.

L est pour le façon dont tu me vois.

O est pour la seule personne que je vois

La traen a hombros, lentamente. Y allí, ante la fachada del templo y la multitud congregada, suena la versión francesa de Love, de Nat King Cole. Es una canción que le encantaba.

Y bailo. Algunos me miran extrañados, otros compungidos, otros lloran. Ninguno la ve, porque va envuelta en ese manto veteado que la guarda. Pero aquí está. Estamos bailando juntos, ¿es que no la ven? Bailo con ella porque yo sí la veo. La veo, la siento y la veré y sentiré todos los días de mi vida.

Azahara Abril

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