Embarazada de mi follamigo a los 40 (segunda parte)

(Relato escrito por una colaboradora inspirado en la historia real de una lectora)

 

Lee aquí la parte 1

 

El ascensor llegó a la planta baja y salimos juntos del edificio. Yo con prisa, él con pausa. Intenté despedirme. Le dije, con el dedo señalándome la tripa, que tenía cita para ver a una personita especial. Minutos después, estaba de camino a la clínica a bordo de una nube pilotada por aquel muchacho larguirucho que se había negado a dejarme escapar.

Empezamos a vernos cada día. Quedábamos para subir juntos a la décima en aquel habitáculo mágico que nos había hecho coincidir y que recuerdo con olor a chicle. Luego llegaron las tardes y los fines de semana. Y cuando me vine a dar cuenta, se había convertido en el futuro padre más perfecto que jamás habría imaginado. Me regaló dos meses de risas, apoyo, cariño y complicidad. Dos meses en los que solo importábamos él y yo. Pero aquello iba a cambiar.

Faltaban pocas semanas para el nacimiento del bebé cuando comprendí que aquel castillo de naipes no iba a tardar en derrumbarse. Aquel muchacho había llegado a mi vida justo antes de que esta dejara de ser solo mía. Ya no podría estar ahí para él. Y no estaba preparada para ver cómo salía corriendo en un momento como aquel.

El miedo se convirtió en un nubarrón imponente y sentí la necesidad de ponerme a salvo. No podía permitir que el festival de hormonas en que se había convertido mi cuerpo tomara el control. No podía esperar a tener a mi hijo en brazos para verlo desaparecer. Nos habíamos enamorado, pero aquello iba a ser un espejismo pasajero. Algo que acabaría en cuanto mi pequeño llegara al mundo y yo fuera entera para él.

Decidí acabar con aquello apenas dos semanas antes de dar a luz. No le dejé hablar. Le di un portazo en las narices para volver al espacio seguro que siempre me había dado la soledad.

Al día siguiente ya no fui a trabajar. Y aunque dejar de verlo mitigó el dolor, no podía evitar imaginármelo subiendo solo en aquel ascensor. No había sido justa, pero tampoco lo habría sido arrastrándolo a una vida que se había encontrado a medio hacer.

El 9 de noviembre de 2021, entre contracciones, busqué aquella mano que tantas veces se había ofrecido a sujetarme. Ocho horas me pasé agarrada al vacío hasta que aquel pequeño ser aterrizó en mi pecho. Y con él llegó la calma. 

Ya en la habitación, con la resaca del parto y los sentidos a flor de piel, vi aparecer por la puerta una masa de color rojo que avanzaba lentamente hacia mi cama. Era el ramo de rosas más grande que había visto jamás. Había empezado a dar las gracias en silencio por el detalle que habían tenido en el trabajo cuando me vino una ráfaga de un intenso olor a chicle. Un olor y unos ojos que gritaban puro amor detrás de mi par de gafas favorito. Y entonces fue él quien no me dejó hablar a mí. 

Ese día tuve un hijo, y mi hijo tuvo un padre, el mejor que podría tener. Y cuando pensaba que ya me había pasado el juego de las sorpresas de la vida, otra quimera se hizo realidad. Pero esta vez será niña.

 

Anónimo