Cuando nací ya mi abuela lo dijo: es un poco feochona. Las abuelas siempre tan sinceras oye. El caso que con los años me fui poniendo más mona hasta que me vino la regla por primera vez (12 años). Los cambios hormonales fueron fatales para mi físico. Engordé mucho a pesar de que mi alimentación no había cambiado, y mi pelo empezó a caerse de una forma un poco preocupante. Mi madre me llevó a unos cuantos médicos de varias especialidades y todos coincidían en que yo estaba estupendamente y que ya me regularía. Pues señores médicos no me he regulado, ¡sigo igual!
La primera vez que escuché que alguien se metía con mi físico en el colegio yo tendría unos 13 años y estaba esperando a que saliera mi hermano de clase para irnos juntos a casa. Un niño justo detrás de mi le dijo a su amigo:
- Menudo gemelo gordo tiene, ¡si es como mi cabeza!
A lo que el amigo le rio la gracia. Es verdad que siempre he tenido unas piernas muy rellenitas y mi gemelo es bastante grande (ni os cuento lo que es encontrar unas botas que me entren), pero el comentario y la risita me hicieron sentir muy mal. Menos mal que por entones se llevaban los pantalones de campana y conseguía disimularlo muy bien.
Un año más tarde en clase de gimnasia teníamos un profesor que parecía odiar a sus alumnos y si podía humillarnos pues mejor que mejor. Decidió que una forma buenísima de hacer ejercicio era jugar a subirse a caballito. Decidió poner a la mitad de la clase en un círculo y la otra mitad corría alrededor hasta que él tocaba el silbato y tú tenías que subirte encima del que tuvieras delante. Parecido al juego de la silla, pero aquí no se iba nadie. El profesor encantador (ironía) decidió que los que teníamos que correr y saltar encima de la espalda de nuestros compañeros, éramos esos que estábamos un poco más rellenitos (lo que he dicho antes que su mayor diversión era humillar), así que me tocó correr como idiota. Me sentí tan mal que no era capaz de subirme encima de nadie. Esto llevó a que me quedara la última y todos se rieran comentándole al compañero en el que tenía que subirme que pobrecito menuda le iba a caer encima.
Lloré mucho cuando llegué a mi casa y a partir de ahí cada vez que alguien se reía a mi alrededor pensaba que se reían de mi.
Un día en el comedor me tocó sentarme en una mesa con gente de un año menos que yo. Uno de ellos antes de que nos sentáramos le dijo a su amigo
- Uuf tío nos toca con la ‘monster’
Ahí es cuando supe, que al menos ese grupo de chicos, en este caso, me habían apodado así. Por un lado me dio igual, tampoco me lo decían a la cara, pero por otro me sentí la persona más horrible del mundo.
Nunca nadie me dijo nada a la cara, nunca nadie me insultó ni me trató mal. Hecho que agradezco enormemente. Al final cada uno que haga lo que quiera, piense y diga lo que quiera mientras no haga daño a nadie.
Una tarde mi mejor amiga me invitó a ir con ella a su casa a pasar el rato. Cuando entramos en su habitación, veo que tiene colgada en la pared una foto del grupo de amigas. Me acerqué para verla bien porque no recordaba habernos sacado esa foto. Mi sorpresa es que mi cara lo tapa un nombre escrito a boli y en mayúsculas: MONSTER. Le pregunto que quien ha escrito eso y entre risas me dice que es que su hermano y sus amigos me llaman así. La verdad es que me dio igual lo que hiciera o dejara de hacer su hermano, lo que me dolió es que ella había permitido que él escribiera eso tapando mi cara en su foto, y que encima me lo dijera mientras se reía, restándole toda importancia.
No volví a su casa nunca más.
Anónimo