Todavía recuerdo el día que te conocí. Había dormido 4 horas para poder coger un avión a las 7 de la mañana desde Madrid. Un avión que me llevaría sin saberlo a conocer al amor de mi vida en el momento menos pensado.

Ese día teníamos una presentación importante con uno de nuestros clientes y estaba nerviosa. Hacía poco que estaba en la empresa y para mí era un reto personal por el que había arriesgado mucho. Recuerdo que nos estabas esperando en las oficinas para poder empezar dentro de la agenda que habíamos planificado. Habíamos intercambiado un par de correos, pero nunca nos habíamos puesto cara.

Recuerdo bajar del taxi y cruzarme con tu mirada. Y entonces lo noté. Una descarga eléctrica que me erizó la piel. Y noté tu mirada taladrándome hasta lo más profundo. Y lo supe. Tuve claro que habías sentido lo mismo que yo. Y así fue como con mis 38 años, cuando por fin había aceptado que estar sola era una opción tan buena como estar en pareja, llegaste y pusiste mi mundo patas arriba.

Y Dios sabe que el proceso para llegar hasta ese punto no fue fácil. Me perdí en relaciones que nada tenían que aportarme por mi desesperación de encontrar a alguien con quien compartir mi vida. Odié en silencio a mis amigas por encontrar a su media naranja. Odié incluso con fiereza a las que después de separarse volvían a iniciar una relación. Dejé de ir a cumpleaños y celebraciones porque me dolía ver en los demás lo que yo quería. Forcé relaciones que estaban destinadas al fracaso desde el minuto uno. Y me perdí. Me perdí a mi misma en ese bucle sin fin.

Me costó tiempo y ayuda psicológica entender que cabía la posibilidad de que no encontrara a mi pareja definitiva. Pero más me costó aceptarlo. Porque sí, fue duro, muy duro. Pero entonces me sentí liberada y me perdoné a mi misma por todo el machaque emocional de esos últimos años. Porque estar sola no es sinónimo de fracaso.

Y entonces apareces tú. Sin previo aviso. Y siento una conexión inmediata que no había sentido en mucho tiempo. Y con casi 40 años, me doy cuenta de que ese es mi momento. El momento en el que más en paz he estado conmigo, más me conozco y más tengo claro lo que quiero para mí. El amor llega cuando llega, y a mi edad, me llega lo suficientemente maduro para tener claro que, después de los primeros meses, los dos nos hemos encontrado en el momento perfecto para conectar e iniciar un proyecto conjunto.

En ocasiones sientes una conexión brutal con alguien pero no estás en el timing correcto. Y de igual forma puede pasar al revés. Por eso creo que ese día saliendo del taxi, fue el momento indicado. Porque seguramente si nos hubiéramos conocido años atrás, no me hubieras encontrado. De la misma manera que ni yo misma conseguía encontrarme.