¿Os acordáis de Patty y Selma, las odiosas hermanas de Marge en Los Simpson? ¿Os las imagináis tal cual pero en carne y hueso? Hola, ¿qué tal? Encantada de saludaros, os escribe la pardilla que tuvo la desgracia de emparejarse con su hermano pequeño y así tocarle el premio gordo de tener unas cuñadas del demonio.

 

 

Desde el principio de conocerlas, lo flipé. En mi vida me había relacionado con gente igual y os juro que nada de lo que os voy a contar es exagerado.

Mi propia familia y amigas, cuando al principio les contaba desde el espanto, sospechaban secretamente que habría un componente subjetivo por mi parte, que no podía ser cierto de lo exagerado que parecía.

Hasta que todos empezaron a tener contacto entre sí en eventos familiares y demás.  Entonces, venían a mí como quien va a dar el pésame a alguien por la muerte de un ser querido.  Corroboraban de forma unánime que las cosas inauditas que les había contado no solo eran reales sino que me había quedado corta.

 

Homer Simpson diciendo sí

 

El primer susto me lo llevé al principio del noviazgo en el momento de conocer a la menor de las dos, cuando tanto ellas como su hermano aún vivían con sus padres.

Él y yo, en aquella época, estábamos planificando ir a hacernos un piercing juntos y el chaval lo había comentado de pasada en casa. Pues el único saludo de presentación de Patty la primera vez que estuve allí fue advertirme enfadadísima que no le metiese ese tipo de ideas en la cabeza a su hermano, sin una sonrisa ni “holas” previos siquiera, pa qué.

«¡Bienvenida a la familia, hija de perra!» le faltó gritarme.

 

hola-homer-simpson

 

Independientemente de que ambos fuéramos ya mayores de edad y pudiéramos hacer lo que nos diese la gana, lo más absurdo es que yo no me había hecho piercings anteriormente y él llevaba ya unos cuantos por lo que, además, nunca entendí bien el sentido de verme como esa «mala influencia» sin conocerme de nada.

Consejo para mejor comprensión de la lectura: esta misma sensación de irracionalidad, amigas mías, imaginadla aplicada a ABSOLUTAMENTE TODO el resto de la historia, porque nunca pareció haber nadie al volante.

 

Los Simpson Bob con camisa de fuerzas

 

Este primer encuentro me pilló muy joven y nada preparada para una reacción de este tipo, así que simplemente me quedé callada, elaborando lo daliniano de la situación, completamente en shock.

Esta Patty era todo impulso e intrusión: escupía la primera impertinencia que se le pasaba por la cabeza, te ordenaba continuamente cómo proceder en cualquier ocasión, te informaba sobre lo que hacías mal, organizaba la vida de su hermano pequeño y, si la dejabas, casi que la tuya.

Selma, la mayor, era más callada y astuta: observaba fríamente con mirada maliciosa y no hablaba tanto, pero cuando lo hacía, era para lanzar dardos envenenados por su linda boquita de serpiente.

 

 

Ambas, fieles reproducciones de las originales: pegadas a sus eternos cigarros mientras me miraban condescendientes y cuchicheaban entre sí, adictas a la moda, a la peluquería y a las operaciones. Lo cual me hubiera parecido muy bien (cada uno tiene sus intereses) si no fuera porque también opinaban constantemente sobre los cuerpos de los demás y, como no, sobre mi cuerpo, dando consejos no pedidos sobre cómo sacarme más partido, repasándome de arriba a abajo con desaprobación sin ningún disimulo, mirando por encima del hombro mi pelo sin mechas o mi (poco) estilo al vestir, alejado completamente de las modas.

 

Lisa Simson moderna

 

Y les encantaba recordármelo: intentaban vestirme y peinarme a su manera, como si yo fuera una de sus muñecas. Solo así estaban conformes con cómo era yo y eran los únicos momentos en los que aparentemente nos llevábamos bien.

Se metían en absolutamente todo, entrometidas al máximo, criticonas y sin ningún tipo de filtros. Gritaban e insultaban a sus padres y hermano, y entre ellas también se trataban así.  Hubieran sido virales protagonistas de alguno de los episodios del mítico programa Hermano Mayor

Yo ya os digo que no había vivido nada así en toda mi vida y me hacía pequeñita en esa casa. No sabía cómo reaccionar e intentaba pasar por allí lo menos posible.

En una ocasión, me enteré de que me criticaban a lo bestia con conocidos de mi novio sin pensar que estos correrían a contárselo a él para que estuviésemos informados. Esto me sentó tan mal que dejé de aparecer por allí durante unos meses.

 

Lisa Simpson tronco arbol
Pies, para qué os quiero…

 

Imagino que a estas alturas os estaréis preguntando, mientras os tiráis de los pelos, cómo reaccionaba su hermano.

Pues bien: mi por aquel entonces pareja era plenamente consciente de la insoportabilidad de sus caracteres, pero estaba acostumbrado a ellas y aunque él no era en absoluto de esa manera, lo tenía todo bastante normalizado.

Su forma de marcar límites era respondiendo de malas formas con toda la confianza y naturalidad del mundo o directamente ignorándolas, pero al mismo tiempo estaba muy apegado a su familia, motivo por el cual yo tampoco hacía presión por ponerme una distancia absoluta.  Pensaba que eso hubiera sido doloroso para él.

 

Los Simpson en la mesa

 

El tiempo fue pasando y mi relación con él avanzó: unos años de novios, otros tantos viviendo juntos, al final casados y con hijos. Y esta última época fue la peor, desde luego. Las que hayáis vivido situaciones parecidas seguro que coincidís:

Dicen que los disgustos que se reciben estando embarazadas no se olvidan nunca y, en mi caso, ha ido totalmente cierto.

No olvido ese día en que fuimos, tan ilusionados, a anunciarles la feliz noticia del primer embarazo y recibir sus caras de decepción y sus miradas cómplices de desagrado.  Ni sus comentarios eternamente invasivos sobre cómo se tenía que llamar el bebé, quién de ellas iba a ser la madrina (obviamente, aquí me empecé a hacer fuerte y no lo fue ninguna de las dos), lo gorda que me estaba poniendo, las estúpidas ideas y planes que teníamos su padre y yo para la crianza del niño. Tampoco se me olvidan los continuos desplantes y numeritos con amigos y otros familiares compitiendo por quién iba a hacer el mejor regalo de nacimiento.

Recuerdo perfectamente (aunque esto en su momento no consiguió empañar mi felicidad) cómo Patty fue, después de mí, la primera persona que tomó en brazos al pequeño una vez trasladados a la habitación del hospital después del parto. Lo cogió sin permiso en cuanto entramos, antes que el propio padre o mi madre que también estaban presentes.

Desde entonces, intentaron por todos los medios ocupar mi lugar como madre de la criatura, decidir cómo lo iba a vestir, educar o alimentar (intentando meterle biberones sin mi consentimiento, por ejemplo, cuando yo me había decidido por la lactancia materna exclusiva) o protestando y menospreciando que yo no me separara de él y por tanto, no les permitiera disfrutarlo a solas.  No sé si se creían que yo era su vientre de alquiler o qué.

 

Y no, nada de todo eso se olvida.

 

Por suerte, las hormonas cumplieron su función y por fin me convertí en una leona para mis pequeños, y ahí fue cuando realmente empecé a poner de verdad mis propios límites que obviamente hicieron que ellas aún se volasen más.

Pero ya me empezaba a dar completamente igual y sus rabietas e intentos de intrusión empezaron a no afectarme en absoluto.

El paso del tiempo hizo el resto, hasta acabar esta historia (que es como una sinopsis del libro de mil páginas que realmente daría para escribir) con mi separación del padre por causas ajenas a todo esto.

De un plumazo, me quité varios pesos de encima, despidiendo a unos cuantos personajes del elenco de mi serie al mismo tiempo.

Y así, este capítulo se cerró para mí, esta vez más que nunca, con un grandioso y glorioso HAPPY END.