Y es que últimamente mis absurdos pensamientos siempre terminan vagando hasta el mismo punto suicida: Aquellas malditas pestañas que, como un huracán, se dedicaron durante años a poner mi vida del revés. Llámalo nostalgia, señales del destino, o… este maldito confinamiento que nos tiene a los sensibleros con los recuerdos a flor de piel.

Y entre aquellos recuerdos, por supuesto, y dejando a un lado la parte más sentimental de nuestra “no historia”, están los de nuestros numerosos encuentros sexuales, los físicos y los virtuales, que ya en aquella época y sin necesidad de estar separados por esta maldita cuarentena nos gustaba dar rienda suelta a nuestras locas fantasías desde el otro lado de la pantalla… 

Siempre tuvimos gustos peculiares, no voy a negarlo, y a pesar de no tener una relación al uso creamos juntos una química sexual tan explosiva que convirtió aquel juego en una bendita adicción eterna… Eterna hasta que estalló, aunque como veis aún parecen quedarme fuerzas para soplar de vez en cuando las cenizas… 

Y, en medio de esta locura que nos ha tocado vivir, y como si mis hormonas hicieran alarde de esta falsa primavera, no puedo evitar recordar uno de sus juegos favoritos: aquel en el que desde su casa me pedía que bajara a la calle sin alguna de mis prendas de ropa interior y que desde allí le fuera redactando las sensaciones que iba teniendo, la gente con la que me iba cruzando… ¡Cuantísimo le excitaba mi “exhibicionismo”! 

Con este maremagnum de pensamientos me tocaba bajar a comprar el otro día… Y reconozco que toda esta situación, el ambiente en el supermercado, ese aire apocalíptico que se respira por las calles desiertas, la mirada aterrada de los que te cruzas por los pasillos entre el tomate y las conservas…me genera bastante ansiedad… Así que… decidí coger las piedras que mi cabecita loca me había puesto estos días en mi camino y montarme con ellas un castillo: dándole un toque de humor al asunto y agarrándome a esa picardía que tantas veces alegró mi vida… ¡me bajé sin bragas al super! 

Y será una tontería, porque nadie lo sabrá jamás, y es cierto que no tengo muy claro qué me desequilibra más: si el ambiente catastrofista o el vértigo que me han dado siempre sus pestañas… Pero lo que sí sé es que, sin apenas darme cuenta y centrando mis pensamientos en mi parte más oculta, logré superar mis miedos y bajar a comprar con una sonrisa en mi cara tan poco usual en estos días.

 

Cincinnati escribe.