Hablemos de soledad.

Vivimos en una sociedad donde tener vida social, más que un rasgo característico de la personalidad parece una obligación. Estar siempre disponible para cualquier plan, sentirte a gusto rodeado de gente o tener apasionantes temas de conversación bajo la manga parece ser un requisito indispensable del curriculum que presentamos cuando queremos encajar. Sin embargo, no todas las personas disfrutamos de esos baños de masas que más que producirse por disfrutar de la compañía, parecen una obligación más de cara a la galería. 

Sentimos la presión de un mundo que nos impone una serie de pautas que, en caso de no cumplir, nos genera ansiedad y decepción con nosotros mismos “¿Cómo voy a rechazar este plan si esta persona ha tenido el detalle de invitarme?” “¿Cómo les voy a decir que no me apetece ver a nadie?” “Si no me junto, acabarán aislándome”. Y cuando todos estos pensamientos se agolpan en tu cabeza, es cuando el corazón se dispara de pura angustia y, da igual cuánto te arregles…las ganas y la sonrisa no se dibujan con contouring. 

Sin embargo, hoy vengo a hablar de ti y de esas personas (entre las que me incluyo) que valoramos el silencio de nuestra casa como un refugio necesario para encontrarnos. Que nos gusta perdernos en nuestra música o en nuestros libros, o que no sentimos la necesidad de reunirnos con los compañeros de instituto de los que no recordamos más que un par de nombres. Si tu eres de esas personas, es un placer conocerte y decirte que no eres egoísta ni una persona con espíritu octogenario. 

Me gusta decir que la soledad es un bien necesario o una ventana abierta a reconciliarte con lo que eres o fuiste, y el hecho de que un día necesites quedar contigo y no con “ellos” (entiendo ese “ellos” como el grupo de amigos, compañeros o conocidos de turno) no supone el fin del mundo. No eres un bicho raro o un niño rata. Y sobretodo, no debes tener miedo de que priorizarte suponga el fin de una vida social que, si de verdad está solidificada sobre valores tales como la amistad, te aseguro que no se perderán por necesitar ese ratito para ti.

Tener la necesidad de decir que no a la cerveza de la tarde (o incluso la fuerza, porque una cerveza siempre apetece) porque lo que te llama ese día es dedicarte al proyecto que tenías abandonado, terminar esa serie o escuchar a Lana del Rey hasta las tres de la mañana, es tan lícito como quien se va a patear Malasaña en manada. Porque al final los mejores planes, son los que disfrutas y recuerdas. O bien porque ese día lo diste todo en los bares de la Latina con los amigos de siempre o porque terminaste ese libro que no encontrabas el momento para leer. Al final, la soledad y la compañía son solo dos caras de las muchas monedas que componen un día a día que te aseguro que superas con creces. Ya lo dijo nuestra amiga Virginia Woolf “Mejor es el silencio… Déjenme sentarme con las cosas desnudas, esta taza de café, este cuchillo, este tenedor, cosas en sí mismas, siendo yo misma”.  Y si lo dice Virginia Woolf…

 

Rocío Torronteras (@rocio_tor16)