El dilema de las bragas 

Últimamente me siento algo indecisa; siempre lo he sido, tomar decisiones nunca fue mi punto fuerte, pero cada vez lo llevo peor.

Todas las mañanas me encuentro con un gran conflicto. Puede parecer algo tonto, el tipo de decisión que la mayoría de las personas toman sin más, pero para mí se ha convertido en algo que hace que todos los días pierda casi media hora mientras me visto.

El dilema no es ni más ni menos qué ponerme debajo de las mallas para ir a entrenar.

Porque sí, esta prenda ajustada y casi siempre cómoda que suelo utilizar para ir al gimnasio me está dando muchos quebraderos de cabeza. El problema real no es la malla en sí, me encantan como me caen y resaltan el culazo que tengo, pero cada vez que elijo ponérmelas me vuelvo loca pensando en qué ponerme debajo.

Me gusta la libertad de no llevar ropa interior. No se marcan las costuras ni siento tiranteces cuando tengo que hacer algún ejercicio extraño. Para mi gusto es muy cómodo, pero le he encontrado algunos inconvenientes:

En primer lugar, desde que vi un video en internet se ha desatado en mí un miedo injustificado y visceral a que, en mitad de un ejercicio, la tela del pantalón se raje como una sandía y mis partes reales se queden expuestas y a la vista de todos mis compañeros. Hasta pesadillas tengo.

Otro inconveniente es que las mallas que suelo usar son de tela finita y cuando me agacho se clarean y claro, en mitad de algunos ejercicios en los que hay que empaparse sin remedio, me doy cuenta de que estoy mostrando mi lado oscuro a cualquier persona que se encuentre detrás de mí.

Hay quien podría pensar además que llevar un pantalón sin nada debajo es poco higiénico. Pensándolo detenidamente es algo que depende de cuánto se lave la ropa, porque a ver, la ropa de hacer deporte hay que lavarla sí o sí todos los días, porque al sudar se ensucia por todas partes, no solo por las bajas y además, la parte del biquini se ensucia más o menos igual, que las braguitas son un trocito de tela, no un muro de acero.

Por prudencia y también para variar, a veces opto por el tanga. Considero que es una opción bastante cómoda. Sin embargo, a veces cuando me agacho en algún ejercicio, se clava en el meridiano inferior de mi cuerpo tan fuerte que se me achinan los ojos y después tengo que buscar la forma más disimulada posible de desclavarme del culo. Si el pantalón clarea, tenemos las mismas que cuando voy en plan “comando” porque al agacharme se ve todavía más y encima parece que lo hago a posta para provocar.

Otra opción sería la braga normal, la completa, la de “te lo tapo casi todo”. Pero para ser realistas, queda horroroso.  Las marcas de las gomas aprietan los cachetes y que parece que tengo un” triculo”.  Porque hay sin costuras, pero se ven, claro que se ven y por muy finas que sean parece que llevas una bufanda chochera. 

Puede que no debiera darle tantas vueltas. Al gimnasio se va a entrenar y se supone que cada uno va a lo suyo, que nadie se fija en los demás y que cada uno puede ir como le dé la gana, pero aun así no puedo dejar de darle vueltas. Quizás debería cambiar de pantalones y ponerme unos de chándal de algodón, así no se notaría lo que llevo debajo pero claro, con esa ropa me veo fatal. Más que ir al gimnasio me da la impresión de que voy a un parking a pedir dinero, que me miro al espejo y solo me falta la riñonera.

A lo mejor debería centrarme más en hacer deporte y menos en la ropa; pero con el impacto de las influencers, los tiktokers y los youtuber el mundo del fitness se ha convertido en una pasarela donde para ir a entrenar hay que vestir casi mejor que para salir. De hecho, la ropa de deporte, que antes valía dos duros, ahora en algunas marcas es más cara que un Balenciaga.

Pensándolo fríamente lo que menos importa es si llevas o no llevas bragas, o si tu ropa es de marca o de mercadillo. Lo que importa es entrenar bien, mover el cuerpo y darle duro, te miren o no te miren y aunque se te vea el culo.

Lulú Gala