Siempre he pensado que mi chico era el amor de mi vida.

Desde que le conocí me quedé absorta como un mosquito que se queda mirando la luz, como Winnie the Pooh pegado a su miel, como el plástico de una compresa de marca blanca se queda pegado a una braga.

Para mí no había nadie igual, nadie que pudiera ser ni la mitad de carismático. Pero entonces, nos fuimos a vivir juntos y le vi mear en el fregadero.

Era el amor de mi vida pero desde hemos desbloqueado la etapa de la convivencia las cosas están cambiando de una manera rápida y sórdida.

Antes, mi chico solía llamarme todos los días y me preguntaba por mi día. Cuando estábamos juntos los fines de semana, cocinábamos juntos y teníamos un sexo genial. Yo no sé que tiene esto de vivir bajo el mismo techo, pero mi príncipe azul empezó a desteñirse.

Todo empezó cuando un día viendo una película le vi cómo se metía el dedo en el ombligo y se lo olía después. ¿Pero alguien me puede explicar qué coño es eso? ¿Pero que huele? ¿Qué esperaba encontrar? ¿Parmesano? No entiendo nada.

Según iba descubriendo prácticas habituales en él, se me iba cayendo el ídolo de su pedestal. Y no podía entender que aquel increíble, considerado y atento ser humano, se estuviera convirtiendo en el Gremlim que tenía sentado en el sofá, mordiéndose las uñas con ira y escupiéndolas contra la tele.

Fueron tiempos oscuros, de esos en los que te preparas para lo peor. Todo puede acontecer y entonces, un día, cuando me menos lo esperaba, allí estaba él. Frente al fregadero, ligeramente de puntillas, sujetándose la chorra y meando.

Le vi, me quedé petrificada y decidí dar varios pasos atrás sin respirar hasta volver al sofá e intentar hacer rewind en mi propia vida.

¡El amor de mi vida estaba meando en el puto fregadero! Pero vamos a ver, que vivimos en un piso de 100 metros, si me dices que estamos en la mansión de Beyoncé y no tienes donde echar la toma a tierra, lo puedo entender. ¡Pero coño! ¿Qué tiene de malo ahora el váter? ¡Es que parece que cada guarrada tenía que superar a la anterior!

Cuando vino de la cocina, le cogí de la mano y le expliqué qué tipo de limpieza y salubridad esperada de nuestra casa. Le puse todo tipo de detalles y ejemplos de las cosas que no se podían hacer, entre ellas: mear en el fregadero donde escurrimos los putos macarrones.

Reconocí al hombre de mi vida y de mis sueños cuando se sinceró conmigo y me tendió la mano en señal de colaboración.

“Sé que soy un desastre y ojalá estuviéramos en la misma página, pero así están las cosas. Por favor, enséñame a hacer las cosas de casa como tú quieres que se hagan. Me tienes que decir qué hacer y cuando y así lo haré”

Aquel día recuperé al amor de vida y me di cuenta de que a veces, sólo hay una manera de solucionar los problemas: hablándolos.

No es sencillo que un tío de 35 años se ponga al día si viene de la pura jungla salvaje. Y aún menos si el nivel es tan bajo que no entiende cosas básicas como dónde tiene que vaciar su pito.

Y es una mierda que en 2022 una mujer de 28 años tenga que poner límites a las guarradas de un hombre y ponerle al día de lo que supone llevar una casa.

Porque esto sólo nos demuestra que seguimos siendo las responsables de nuestro hogar y que la igualdad en este ámbito sigue siendo un chiste.

No es mi responsabilidad ni mi carga, enseñar a un ser humano a encargarse de su casa. Y si hago caso a mi orgullo, soy plenamente consciente de que quizás la convivencia sería más agradable con otro hombre que fuera más responsable y limpio con el hogar.

¿Conclusión? Dos años después, él es completamente autónomo y responsable de sus tareas y yo de las mías. Y aunque le viera mear en el fregadero, él sigue y seguirá siendo el amor de mi vida.

Pd: Confía en la fuerza. Todo puede mejorar.

Anónimo

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