Del amor, como de todo, se sale. A veces parece imposible, sobre todo cuando quieres a quemarropa y amas tan fuerte que se te queda ronco el corazón. Sientes que has vivido tu propia guerra mundial y no sabes si vas a vivir para contarlo o vas a acabar rota entre tanto pedazo.

Yo sé lo que es esa clase de amor y déjame decirte que después de mucho tiempo,  he descubierto que no la quiero. Prefiero pasarme las horas en el sofá, dibujando trazos invisibles con mis dedos en tu espalda. Hacer un camping bajo las mantas de la cama y quedarnos allí, porque la perspectiva del mundo exterior se nos antoja demasiado inhóspita. Reñirte porque me desordenas los cojines o porque eres incapaz de colocar el mando de la televisión en su sitio.

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Elijo tu risa cuando me miras y te das cuenta de que soy un desastre. Tu brazo buscando mi cintura en mitad de la noche.  Girarme por la mañana y aspirar tu olor en las sábanas. Nuestros enfados si después me abrazas y yo busco reconciliarme con tu pecho. Y puede que nuestra relación sea así, pequeña, silenciosa y cotidiana. Pero es que prefiero mil veces tu calma a cualquier otro torbellino. Dormirme en tus brazos a sabiendas de que será siempre la misma piel antes que derretirme en los labios de otro.

Así que dame tus lunes, tus domingos, tus días de hacer la compra, tus noches en el sofá sin salir mientras quizás otros nosotros salen a devorar la ciudad. Incluso tus películas aburridas que sabes que yo no soporto pero que te empeñas en ver o esos vídeos raros que te pones justo antes de dormir. Dámelo todo porque yo tengo el alma de montaña rusa y tú eres la calma que da paz a todas mis tormentas.

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