Un día, mientras hacía la cena, sentí una punzada en el pecho, como si una mano me estuviera apretando el corazón desde dentro. No era un dolor físico, sino una angustia super intensa. Pensaba que me estaba dando un infarto, pero enseguida, no sé por qué, pensé en mi hermana gemela Carla.
Carla y yo somos idénticas y siempre nos han dicho que entre gemelos uno siempre sabe lo que está pensando el otro. Pues en nuestro caso no había sido nunca así. Nos parecemos mucho por fuera, pero por dentro no, y en algunas cosas somos especialmente contrarias, así que siempre nos había parecido un poco tontería lo de la telepatía.
Hasta ese día, con cientos de kilómetros separándonos porque habíamos acabado viviendo cada una en una punta del país, que decidí dejar la cena a medio preparar y llamarle. No me cogía el teléfono, y cada tono sin respuesta aumentaba más mi angustia y la convicción de que algo malo le estaba ocurriendo. Intenté quitarme esos pensamientos de la cabeza y me fui a la cama sin cenar, pero no hacía más que dar vueltas por el colchón mientras me venían un montón de recuerdos de cuando éramos pequeñas, de cuando todavía éramos iguales en todos los sentidos, y decíamos tener un canal secreto de comunicación que nadie más podía interceptar. Recuerdos de antes de ir cada una por un camino distinto en la vida.
Me acordaba de cuando jugábamos a tiendas de chuches en la cuadra de nuestros abuelos, de meternos al río a nadar con nuestra perrita Samba, de jugar a restaurantes, a cabañas, a mamás y bebés… De repente se me apareció su imagen, de pie, sola, en medio del bosque, con una mirada ausente, y yo intentaba alcanzarla, gritando su nombre desesperadamente sin que ella me oyera. Me desperté con un susto brutal, y volví a llamarla al móvil. Después de unas 25 llamadas, cogió el teléfono, y su voz sonó super lejana y temblorosa.
Me contó que había tenido un accidente en una carretera entre pueblos; el coche le había derrapado y aunque el impacto no había sido muy fuerte, se había quedado en shock porque antes de tratar de salir del coche estrellado, estaba segura de haber visto una figura entre unos árboles que era exactamente igual que yo. Y que le miraba muy serenamente, como diciéndole “tranquila, que no ha pasado nada, estás bien”. Las dos nos quedamos en silencio al teléfono. ¿Cómo podía haber pasado aquello? Ninguna de las dos es muy aficionada a los temas paranormales, pero esto no nos dejaba otra que cuestionarnos las cosas. Decidimos vernos ese fin de semana y fuimos a ver a nuestra madre. Cuando le contamos lo que nos había pasado, casi ni se inmutó, aunque sí se le dibujo una sonrisa.
Nosotras nos sorprendimos un montón de que ella siguiera a lo suyo tan normal, y entonces nos dijo por qué no le extrañaba nada de lo que le habíamos dicho. Nos aseguró que las conexiones entre nosotras siempre habían estado ahí. Que de crías teníamos un idioma que nadie entendía y que a veces no teníamos ni que hablar para que la otra supiera lo que queríamos decir. Que otro día, yo estaba enferma en casa y no había manera de bajarme la fiebre; de repente llamaron del colegio que Carla se encontraba mal también, y cuando la trajeron a casa y se tumbó a mi lado, las dos nos quedamos dormidas durante horas, agarradas de la mano.
También nos contó que una vez decidimos dejar de comer fresas el mismo día, solo que cada una en una punta del comedor y sin haberlo hablado antes. Lo mismo que el día que Carla se escondió en el garaje del vecino y yo supe dónde estaba sin que nadie me dijera nada. En fin, que a mi madre, la conexión entre gemelas no era nada raro ni paranormal, sino algo natural que existía entre nosotras desde que nacimos, y salimos de allí como si la relación entre nosotras fuera una nueva, más fuerte y mucho más especial.
Anónimo
Envía tus movidas a [email protected]