Este mojado y placentero episodio sucedió un domingo. El típico domingo de fin de mes que te quedas haciendo las cosas de casa, preparando comida para la semana o viendo alguna película porque no te queda un puto duro para salir a gastar y la siguiente cuota de la hipoteca está a la vuelta de la esquina. Pero ese domingo iba a ser memorable sin yo saberlo.

Sobre el mediodía mi pareja y yo decidimos ver un par de capítulos de una serie. Al acabar el último nos dimos cuenta de que la hora del almuerzo se nos echaba encima y decidimos darnos el pequeño capricho de pedir un par de pizzas del Domino’s a domicilio. Mientras él iba a nuestro dormitorio por su móvil para hacer el pedido por la app, yo me quedé tirada en el sofá mirando las notificaciones que me habían llegado en esas horas que estuvimos viendo la serie. Ahí estaba yo viendo los me gusta a mí última foto cuando él se acercó a mí y tiró de mis pantalones del pijama, llevándose las bragas consigo.

Al principio me quedé un poco bloqueada porque no me esperaba esa reacción. Pero me pone como una cerda que me sorprenda de esa manera, así que antes de que me sacara el pantalón y las bragas por los tobillos, ya estaba más que mojada. Aunque veía con claridad su dura polla marcada en los pantalones, me excita que me diga cuánto me desea así que no me quedé calladita.

—¿Y esto cariño?—pregunté agarrando su dura erección cuando se puso sobre mí.

—Te he visto tan sexy tirada en el sofá que me han entrado unas ganas tremendas de metértela.—me dijo en un tono de deseo al oído antes de chupar el lóbulo de mi pareja y hacer que me estremeciera contra su cuerpo. Debo aclarar que yo estaba todo lo sexy que se puede estar con un pijama de Primark, también que estoy de toma pan y moja con mi gran culo, mi barriga flácida y estrías en los pechos. Todo lo que le vuelve loco al guapo de mi macho.—Quiero comerte antes de que lleguen las pizzas.

—¡¿Ya has pedido Domino’s?! ¡Pero si son muy rápidos!—dije angustiada porque nos pillaran en medio de la faena mientras él me quitaba la camiseta, dejándome completamente desnuda entre sus brazos.

—Pues tendremos que darnos prisa, cariño.

Jadee y él aprovechó la distracción para dejar un reguero de besos por mi cuello, ya que sabe que es uno de mis puntos débiles. Me derretí bajo sus labios, al instante la ansiedad que tenía por ser interrumpidos por el repartidor se convirtió en morbo y sonreí satisfecha. Era una carrera hacia el placer.

Su boca había llegado a mis tetas dándome húmedas y excitantes caricias hasta coronar la dura cúspide de mi pezón que torturó con lujuriosos lametones. No tardé en notar los calambres de placer en mi columna, que se intensificaban con los apretados tirones entre mordiscos que le daba a mi pezón. Grité y alcancé la mano masculina que me estaba tirando pellizcos en el otro pezón para colocará en mi empapado chumino que palpitaba por atención ¡Y vaya si la tuvo!

Su pulgar frotó el capuchón entre mis pliegues empapados, despertando a mi perezoso clítoris, al tiempo que me metía dos dedos deseosos de jugar con mi punto G. Entre sacudidas y gemidos conseguí colarme en sus pantalones, apretando su miembro para hacerle una paja memorable. Sus interjecciones lujuriosas me hacían sentir poderosa y continúe amasando su miembro y apretando sus testículos que se encogían de placer. 

—No voy a correrme todavía.—dijo sobre mi pecho, apartándose, dejando mi mano alejada de su polla.—Primero te haré gritar.—anunció y colocó su cabeza entre mis muslos.

Separó mis piernas dejando mi lubricado potorro bien abierto para los ataques despiadados de su lengua. Estaba tan cachonda que deseé que se quedase allí para siempre, lamiendo cada recoveco de mi ser haciéndome vibrar en el orgasmo que estaba creando para mí. Grité sin pudor y con gusto al correrme en su boca. Entiendo porque los franceses lo llaman la petite mort, una se muere de placer mientras le tiemblan las piernas. 

Mi pareja, como es un atractivo canalla, aprovechó mi momento de debilidad para desnudarse y empotrarme de una sola vez, lo que me hizo volver a la vida de un puntazo. Estaba tan resbaladiza que su gorda verga entraba y salía sin ninguna dificultad en una danza de infinito placer. Él decidió subir el nivel abriendo más mis piernas con sus fuertes brazos, dejándome más abierta que un compás dibujando una gran circunferencia en una clase de dibujo técnico. 

No me resistí a poner las manos en su duro trasero de runner y empujarlo contra mí consiguiendo que su polla entrase por completo en mi coño. Siguió empotrándome con fuerza y yo me mojaba cada vez más al notar lo rígido y grueso que se ponía en mi interior. Lo apretaba y podía notar en mi vagina como le latía la polla preparándose para correrse. Apretó mi trasero contra sus caderas en unas profundas embestidas hasta que llegó al orgasmo y ambos gritamos. 

Entonces sonó el timbre. El repartidor había llegado. Mi chico se apartó recuperando la respiración mientras yo me levantaba para abrir el telefonillo. Anduve por el pasillo notando como los fluidos descendían por la cara interna de mis muslos. Pulsé el botón para abrir la puerta y volví al salón para coger el pijama y recibir las pizzas. Abrirle desnuda al repartidor habría sido épico.

Imaginadme con los pelos de loca, el pijama colocado de cualquier manera y una sonrisa más grande que la de la Barbie cuando recogí las pizzas. Imaginad la cara del repartidor ante tal imagen, creo que se hacía una idea de la película. 

Regresé al salón y dejé las pizzas sobre la mesa y me acerqué a mi chico que seguía desnudo sobre el sofá. Esta vez lo sorprendí yo a él, pues por nada del mundo se esperaba que estuviera tan cachonda como para empezar a comerle la polla. Pero estaba cachonda para eso y más. Pasé mi lengua y pronto sus pliegues encogidos se estiraron para crecer dentro de mi boca. Ahora era él quién gritaba como una perra en celo. Le rodee la cabeza del pene con mi lengua y succioné con fuerza hasta que note que se escapaba un poco de semen y su amargor inundaba mi boca. Entonces me subí sobre él y me lo metí de nuevo, saltando sobre sus caderas sin descanso. Me escocía el coño de placer y probablemente a él le ocurría lo mismo en el miembro, pero ninguno iba a parar hasta que alcanzaríamos el orgasmo otra vez. Me derrumbe sobre él cansada pero muy satisfecha.

Cuando nuestras respiraciones volvieron a la normalidad, comenzamos a comer pizza desnudos bajo una manta. Sin duda la pizza que más me gusta es la que sabe a él. 

 

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