**Relato erótico navideño**

 

Un año más eché el currículum para la campaña de Navidad en varios comercios y tiendas de todo tipo. Ese dinerito extra me venía fenomenal, sobre todo para una universitaria de recursos limitados como yo. Cualquiera que haya trabajado en unos grandes almacenes en esta época sabe que los días vienen cargados de estrés, clientes maleducados y una jornada casi interminable. Pero aquel año me tocó la lotería con un compañero de trabajo buenorro, lo que aliviaba bastante mi día a día.

Él tenía contrato fijo en la empresa, aunque su puesto era inferior, lo que hacía que pasáramos mucho tiempo juntos entre papel de regalo para envolver los productos y las quejas de los clientes. Ahí entre la búsqueda de etiquetas, lazos, sonrisas forzadas al público y despotricar de algún comprador gilipollas, surgió la complicidad entre ambos. ¿Cómo resistirme cuando ese hombre alto y guapetón me alcanzaba algún producto del estante de arriba al cuál yo era incapaz de llegar y me lanzaba sonrisas lobunas? El tonteo comenzó poco a poco, que si algún comentario pícaro, que sí un roceteo «accidental» al pasar, que si nos mirábamos el culo mutuamente en esos pantalones gris marengo del uniforme, fumar del mismo pitillo en las efímeras pausas que teníamos etc La tensión sexual era palpable entre ambos, pero ninguno nos atrevíamos a dar el paso. Ese juego del tonteo se volvió adictivo, preparando el terreno para lo que finalmente pasaría a última hora una víspera de Reyes.

El 5 de enero es el peor día de la campaña de Navidad, al menos para mí. Muchas personas desesperadas se agolpan en las tiendas como una horda de zombies dispuestos a dejarse la piel con tal de conseguir un regalo de última hora, y tú ahí entre los estantes a su merced o envolviendo paquetes como una autómata para que no huelan tu miedo y sobrevivir. En fin, cuando se marcha el último cliente y se cierra la baraja, eres poco más que un despojo humano haciendo caja y preparando la tienda para la próxima jornada. No sé si fue producto del cansancio o el estrés del momento, pero fue entonces cuando sucedió.

Todavía recuerdo el jingle comercial que sonaba cuando nos retiramos al almacén, nos miramos a los ojos y se prendió la chispa que nos haría arder. Primer contacto, un beso salvaje, ansioso y agobiado porque nuestros labios habían estado demasiado tiempo separados. De un momento a otro me encontré placenteramente atrapada entre el estante repleto de duendes de navidad y su cuerpo de infarto. Él acarició y apretó mis pechos sobre la camisa blanca, mis pezones estaban duros para rayar cristales contra su palma. Soy un poco impaciente, así que le abrí la bragueta para devolverle el placer. Él estaba muy duro también. Agradecí mentalmente que no hubiera cámaras y que ninguno de nuestros compañeros se hubiera quedado hasta tarde con nosotros. Los vaivenes lujuriosos para sentir nuestros cuerpos no se hicieron esperar y algún duende de navidad cayó al suelo en consecuencia. Decidimos ir al pequeño vestuario antes de romper todo el género de la tienda.

 

Entre risas y ardientes besos entramos al vestuario donde la ropa nos sobró. Conseguí llegar a mi taquilla y buscar en la cartera un condón, siempre llevo uno porque nunca se sabe. ¡Gracias mamá por enseñarme a ser precavida! Entre tanto él se colocó a mi espalda, regando mi cuello de unos besos que me erizaron la piel al instante. Para más gustazo una de sus grandes manos se coló entre mis piernas, tocándome el coño de forma suave y tortuosa que me hizo voltear los ojos en blanco. Las piernas me temblaban, me agarré con fuerza a la taquilla y gemí comuna fierecilla al notar como me penetraba con sus dedos. Aquella lujuriosa danza duró un par de minutos en los que siguió torturándome con sus fogosos besos por mi cuello y espalda. Al estar un poco inclinada sobre la taquilla notaba su erección contra mi culo, me estaba muriendo del gusto con el roce casual, así que puse en folladora mode on y me restregué sin piedad contra su polla, notándola crecer entre mis glúteos. Movió sus caderas contra mí, dándome unos puntazos que hicieron que me corriera en sus dedos. En ese momento de enajenación placentera casi dejé que me lo hiciera a pelo.

Me giré y lo besé más cachonda que una mona, pronto acabamos en el suelo, donde me abrió de piernas y me comió el chumino con la misma lentitud y delicadeza que con la que sus dedos me tocaron y fue tan excitante que no tarde en llegar a la cima de nuevo. Me arqueé y me moví entre temblores sobre el suelo del pequeño vestuario, tirando una caja de rollos de papel de regalo que había por ahí. Ninguno de los dos nos inmutamos, aunque algún que otro rollo nos dio y otros se desplegaron por el piso. Él aprovechó mi estado en el limbo del placer para quitarme el preservativo, que lo tenía bien agarrado en el puño cerrado, y se lo puso para luego cubrirme con ese cuerpo esbelto y atlético que llevaba semanas imaginándome bajo su camisa. Pero la realidad era mejor, menudo pecado estaba hecho el muchacho.

Con impaciencia rodeé sus caderas con las piernas, el me susurró en el oído que fuera despacio antes de estremecerme con sus besos en el cuello una vez más. En aquel momento pensé que el espíritu de la Navidad lo había poseído y por eso el sexo estaba siendo tan pausado, dulce y suave, más tarde descubrí que en realidad él era un romántico. Me pidió que lo mirara, no olvidaré mágica sensación de sus ojos marrones sobre mi rostro, tan deliciosa cómo la lenta e intensa embestida de su miembro en mi interior. Le dejé seguir con aquel sabroso ritmo y me entregué a él cómo una doncella decimonónica en su primera vez. En aquel momento no existían Los Bridgerton (al menos no la serie) pero, para que os hagáis una idea, me sentí como cualquiera de sus protagonistas en cada uno de nuestros encuentros sexuales.

Rodamos arrastrando el papel de regalo, que dejaría estampado de adorables pingüinos por toda mi piel, me coloqué sobre él y lo cabalgue con calma, como él me pedía, haciendo que ambos sintiéramos cada resquicio de la unión. Adopté una posición en la que mi clítoris se frotaba con toda la longitud de su pene, admito que acabé con aquello muy irritado pero el éxtasis al que me llevó mereció la pena. Al final aumentó el ritmo de las penetraciones, porque un señor de época también tiene sus momentos de locura y ambos tocamos el cielo. Él se incorporó, me abrazo y me besó con una sonrisa satisfecha. Estuvimos así un rato en el que me dedicó palabras tiernas y caricias, era un caballero muy cariñoso. 

Nos vestimos y tiramos el papel de regalo que había quedado inservible, adecentando el vestuario. Cerramos el local y salimos por el centro comercial cogidos de la mano, todo muy romántico a la luz de las luces de emergencia. Nos encontramos con el vigilante de seguridad y le saludamos como de costumbre, aunque nos hizo una seña por nuestra unión de manos y se rio con picardía. No sé si había escuchado algo de lo que hicimos, pero yo me puse roja como la graná. En el aparcamiento nos despedimos con un intenso beso, de estos en los que  te tira un poco hacia atrás y te agarra con sus fuertes brazos.

 

Seguimos hablando y los días siguientes de curro afrontamos la marea de rebajas y devoluciones con normalidad, aunque había cierta corriente eléctrica entre nosotros cada vez que nos cruzamos. Yo estaba deseando repetir en el vestuario, pero no se dio la ocasión. Nuestra relación duró unos meses tras esto, fue muy buena y me hice adicta al sexo estilo 1800, pero al tiempo se nos acabó el amor. Me acuerdo de él cada vez que veo a Anthony Bridgerton en la pantalla y mi mano con vida propia de desliza bajo mis bragas para rememorar su toque.

Margot Hope

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