Como diría Becky G, a mí me gustan mayores.

Siempre he salido con chicos mayores que yo, por lo que, ahora que yo tengo mis treinta y tantos, sigo fijándome en hombres que me saquen al menos unos cinco años. De lo contrario, normalmente, quedan descartados.

Hasta el momento no me ha ido mal del todo, aunque hace un tiempo empecé a notar que la cosa se ponía cada vez más complicada.

A partir de cierta edad la mayoría de los tíos están vetados porque están casados, emparejados, atravesando un divorcio, saliendo de algo complicado… O, lo que es peor, van de singles por la vida cuando, en realidad, son unos capullos infieles. No todos, ya lo sé. Pero en serio que la disponibilidad es muy escasita.

Es por esto que hace unas semanas decidí adentrarme en otros mercados. Abrir la mente a otras opciones. Dejar el tema de la edad a un lado a la hora de ligar. Y así, por primera vez en mi vida adulta, me dejé meter fichas por un chico mucho más joven que yo. El tipo me entró en un garito haciendo la de ‘me suena muchísimo tu cara, ¿nos conocemos?’. Qué tierno. Me pareció tan mono y tan gracioso que me dije, venga ¿por qué no?

Le seguí el rollo sin esfuerzo y no tardé en olvidarme de mis prejuicios. No iba a casarme y tener hijos con él, lo único que buscábamos ambos era echar un polvo. O dos.

Total, que para el cuarto ya le llamé yo y le invité directamente a mi casa. Llegó en menos de veinte minutos. Me dio lo mío, yo le di lo suyo y, cuando acabamos, en lugar de fumarse un cigarro, como en las películas, fue a por el móvil y se tumbó despelotado en la cama a wasapear o lo que fuera.

 

Con toda la confianza, se puso a rebuscar algo en la mesilla de noche antes de preguntarme si le podía prestar un cargador. Flipando un poco y preguntándome si tal vez no era mejor volver a mi segmento de edad habitual, le dije que había uno encima de la cómoda. Le observé levantarse a cogerlo, pero, cuando se dio la vuelta vi que lo que tenía en la mano era uno de los marcos de fotos. Me miró todo sonriente y me soltó: ¡Ves como nos conocíamos! ¿Esta es tu madre? ¡¡Es mi vecina!!

Efectivamente, era mi madre y era su vecina. Y él era el niño del quinto B. ¿Cómo no lo había reconocido? Joder, madre mía, me sentí hasta un poco sucia. ¡A ese chaval le cambiaba yo el pañal! Le cuidaba de vez en cuando, y a ratitos cortos, cuando yo tenía unos trece o catorce años y el uno y pico.

Luego dejé de estar disponible, más tarde me fui a estudiar fuera y no sé ni si le volví a ver.

Pero vamos, ahora que sé quien es, ya no puedo volver a acostarme con él.

 

Anónimo

 

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