El otro día leí un follodrama en el que la autora preguntaba si había algo peor que acabar en el hospital tras un polvo. Sí, acabar en comisaría, que es lo que me pasó a mí.

Algunas dirán que esto es lo que pasa cuando te tiras a un desconocido, pero yo llevaba quedando con este chaval tres semanas. Si nos roban nuestros ligues, ¿qué podemos esperar del resto de seres humanos?

Eso sí, saqué algo muy positivo de esta experiencia: el chaval dejó el listón tan bajo que el resto de tíos que conocí me parecieron oro puro.

Todo comenzó cuando la cabrona de mi mejor amiga (¡Hola Marta!) me presentó a un amigo de su novio. Yo llevaba un tiempo de bajona y le hacía ilusión que los cuatro fuésemos en plan parejitas al cine. Vamos, la amiga Celestina de toda la vida de Dios.

Quedamos en un bar del centro y el chaval me gustó. Era guapete y muy carismático, y claro, una no es de hierro. Aun así, no soy de acostarme en la primera cita (ojo, me parece totalmente respetable). Prefiero que haya un poco más de conexión.

Empezamos a quedar a solas para ir a dar un paseo, a tomar algo, a ver una peli, etc. Lo típico de parejas que todavía no son pareja. Y un día el chiquillo (vamos a llamarle Ramón) me dijo que quería ver mi casa, porque así es como de verdad conoces a una persona. Me pareció una excusa para echar un kiki, pero estaba por la labor así que le invité.

Compré una vela en el Mercadona para dar un ambiente romántico y una botellita de vino blanco dulce. Preparé una playlist bien romántica y hasta puse el vídeo ese de Netflix que es una chimenea. Yo antes era romántica, ahora soy cínica. Todo estaba preciosérrimo de la muerte para follar como perros hasta el amanecer.

Entonces mi amado Ramón llamó al timbre y yo abrí la puerta con un top transparente que dejaba ver mi sujetador de encaje negro. Bebimos vino mientras hablábamos y en un abrir y cerrar de ojos estábamos haciéndolo a tope en el sofá. Del sofá pasamos a la cama como cuando juegas a La Oca y tiras porque te toca.

El sexo fue brutal, para qué os voy a engañar, pero no compensó lo que viví a la mañana siguiente. Me desperté y el chico se había ido, y cuando fui a escribirle para ver si había muerto por combustión espontánea, no encontré mi móvil. Me rayé un montón y empecé a buscarlo por todos los rincones de la casa. Era imposible que lo hubiese perdido, porque la última vez que lo usé fue para escribir a mi amiga antes de que Ramón llegase.

Empecé a darle más y más vueltas y me conecté al Facebook desde el ordenador para escribir a mi amiga. Le dije lo que había pasado y que, por favor, le dijese a su novio que llamase a Ramón de mi parte para ver si se había llevado mi móvil “SIN QUERER”.

Ramón lo negó todo y me dijo que lo habría perdido yo, que se me notaba muy despistada. Después de darle muchas vueltas decidí denunciar el robo. Me preguntaron si había sido un robo en la calle o si sospechaba de alguien y les conté la movida.

Al final resultó que Ramón no sólo me robó mi móvil, sino que se lo había hecho a muchas más chicas. Mi amiga y su novio fliparon en colores, me dijeron que era un poco pieza, pero que no se esperaban esto para nada. Yo les pedí por todos los dioses del universo que no me volviesen a presentar a nadie, y desde ese día soy como El Ministerio con los opositores a policía: si tienes antecedentes, conmigo no cuentes.

 

Anónimo