Es algo que no puedo evitar. Una de las primeras cosas que hago cuando un chico me llama la atención es imaginar cómo será en la cama. Me gusta recrear en mi mente cómo sería un encuentro sexual con él en función de esas primeras impresiones que me ha dado cuando le conocí. Y debo decir que, normalmente, me llevo pocas sorpresas. Tengo un porcentaje de acierto bastante alto. Los que, en mi opinión, prometían ser decepcionantes, terminan siéndolo. Los que prometían ser puro fuego, también. Y los que ya tenían pinta de pasar sin pena ni gloria, pues lo mismo. Obvio que también me he llevado alguna sorpresa que otra, para bien y para mal, pero no por ello dejo de hacer mis quinielas. De hecho, me lo paso pipa haciendo conjeturas y descubriendo si estaba en lo cierto o no.

Follodrama: Cuando imaginaba que sería un animal en la cama no era en un burro en lo que pensaba

Este chico no estuvo exento. Lo conocí a través de Tinder y con solo un vistazo rápido a su perfil me formé la primera idea. Era de los que va de frente con sus intenciones. Lo cual me venía de perlas porque, en aquel momento, estábamos exactamente en la misma onda. Aun con eso, no pude comprobar si la composición mental que me había hecho de él era correcta hasta la tercera cita. Tenía toda la pinta de ser un animal en la cama. Uno de esos que te deja exhausta y puede que incluso un poco magullada. Magullada en el buen sentido, en plan con alguna que otra marquita y ese dolorcillo leve que te recuerda lo bien que lo has pasado.

No sé si me explico. A mí no me va el BDSM, pero sí me gusta un azotillo suelto, un mordisquito en el lugar adecuado… Bueno, que me desvío de la cuestión.

 

El caso es que ya en la previa del partido me di cuenta de que el chico no era como había imaginado. Era más… flojillo. Más de dejarse hacer que de participar. Más de ‘porque sé que si no me lo curro lo mínimo no habrá segunda vez’. Y por eso se molestó lo justo en tenerme calentita para lo que él estaba esperando, que no era otra cosa que un mete-saca de manual, misionero style.

Estaba yo pensando en lo malas que son las expectativas cuando noté que él aumentaba el ritmo. He de reconocer que su cara de ‘me voy a ir’ era sexi que te pasas, pero se fue todo a la mierda cuando empezó a hacer unos ruidos que, más que un humano corriéndose, aquello parecía un burro puesto de anfetas. Y sé de lo que hablo, soy de pueblo y viví situaciones muy límites durante la adolescencia.

Follodrama: Cuando imaginaba que sería un animal en la cama no era en un burro en lo que pensaba

Juro por mi vida que, si me ponen un audio de este chico teniendo un orgasmo y otro de los rebuznos de Tolín, el burro del vecino de mis padres, no sé cuál es cuál. Así que, entre lo cómico del asunto, y que yo me lo estaba pasando regulinchi, el ataque de risa fue totalmente inevitable.

El pobre chaval no entendía nada. Cómo le explicaba yo que cuando imaginaba que sería un animal en la cama no era en un burro en lo que pensaba. Mi descojone era tal que el tipo se empezó a molestar, de modo que, para no herirle más el ego, le dije que es poco frecuente, pero que a algunas cuando nos corremos nos entra la risa floja. ¿Sabéis qué me dijo? Me miró con una ceja más alta que la otra, empezó a vestirse y me soltó como con asco que eso era muy raro. Tócate los cojones, el que rebuzna como un asno viendo venir un lobo.

No nos hemos vuelto a ver, porque, después de despedirnos con más o menos cordialidad, el tipo encima tuvo los huevos de bloquearme.

 

 

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