Queridas sirenas gordibuenas de cuerpo y alma, hoy vengo a contaros la historia de cómo conocí a Don Fantasma, apodo cariñoso por no llamarle gilipollas. 

Tinder es oscuro y alberga horrores, y yo por aquel entonces no tenía tiempo para ligar en los bares. Me descargué la aplicación y empecé a deslizar el dedito en busca de el amor o, por lo menos, un polvazo. Tíos con una foto de aquella vez que hicieron surf en una despedida de soltero, tíos que han hecho voluntariado en África y van de altruistas, tíos que han ido a Tailandia a hacerse fotos con elefantes y parecer más guays… ¡De todo encontré! Y entre toda la morralla apareció Don Fantasma, un mozo de ojos verdes y rapado que me hizo el coño pepsicola.

Empezamos a hablar y a contarnos nuestras movidas y yo noté que era un poco flipadete, pero pensé «joder, mejor quererte a ti mismo que no estar en la mierda». Por aquel entonces no ligaba mucho y me costaba detectar capullos, el radar estaba en construcción.

El chico dejaba caer de vez en cuando que tenía pasta, que vivía en un ático con vistas en el centro de Madrid, que viajaba un montón por trabajo, que conocía a gente famoseta pero que el ante todo seguía siendo humilde. JÁ, humilde mi coño. Como decía, mi radar estaba un poco verde y no me di cuenta de que era medio monguer, así que seguí palante con el ligoteo.

Cuando cogimos confianza empezamos a hablar de la chicha: el sexo. Si era un flipado con el resto de cosas, con esto no iba a ser menos. Me dijo que tenía pollón (cosa que no es necesariamente buena, pero ok), que aguantaba follando horas y horas (cosa que tampoco tiene que ser positiva), que con él tenía orgasmo asegurado, que conocía técnicas supermolonas de sus viajes por el mundo, etc. Claro, a mí me generó curiosidad. 

Sorpresa sorpresa, porque quedamos para follar y se destapó todo el pastel. El señor del ático con vistas Madrileño vivía en un estudio en un primero porque «su ático estaba de reforma». Su polla mediría unos 12 centímetros (repito, esto me la suda), y se corrió a los 3 minutos follando. Eso sí, sus técnicas supermolonas era el misionero, FIN.

¿Veis cuando de pequeños metíamos un euro en esta maquinita con pinzas para sacar un peluche y nunca ganábamos nada? Esa es la cara que se me quedó. Me timaron, amigas… Me timaron pero bien. Pero Don Fantasma me enseñó una bonita lección: dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.

 

Anónimo

 

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