Dicho así puede sonar a que me estoy mofando de este pobre chico, pero os puedo asegurar que eso de pez globo se lo puso él mismo, en la sala de espera de urgencias, aquella noche de un gran sábado de verano. Pero no os quiero estropear la historia, así que ahora que ya sabéis que es un follodrama y que la cosa va de anafilaxia… vamos a por ello.

Lolo – llamémoslo así – era compañero de trabajo de una de mis mejores amigas. Y realmente si terminó en mi piso no fue ni mucho menos porque quisiéramos echar un polvo. Lo cierto fue que Lolo y yo habíamos coincidido en alguna fiesta organizada por nuestra amiga en común y que nos habíamos caído bien, pero aquel fin de semana fue un poco cosa del destino.

Bueno, del destino y del poco autocontrol de otra de mis amigas, que aquella tarde había empezado con el vermuteo y a eso de las 22:00 la mujer ya no sabía ni dónde estaba, ni quién era ni muchísimo menos dónde vivía. Como estábamos muy cerca de mi piso pedí ayuda para subirla a mi casa y que durmiera bien la mona mientras los demás seguíamos de fiesta. Fue Lolo, que se nos había unido hacía apenas unas horas, el que se decidió a echarme una mano, así que los dos nos pusimos en marcha.

Era un par de manzanas nada más, pero llevar al hombro a aquella mujer que en cualquier momento podría empezar a vomitar como un aspersor se nos hizo eterno. Al menos teníamos las risas, porque Lolo otra cosa no, pero simpático era un rato largo. Cuando estábamos a punto de llegar al portar mi querida amiga levanta la cabeza y me echa una sonrisa, yo le respondo con un levantamiento de cejar y al segundo ella me lo agradece llenándome de pota de arriba abajo. Una mezcla de vermut, ginebra y cervezas recorría mi cuerpo, no sabéis la peste que era eso.

Así que en cuanto llegamos a mi piso la tumbamos a ella en la cama de una habitación y le comenté a Lolo que si quería podía volver al bar, yo necesitaba darme una ducha después de la fiesta que me había vomitado encima mi colega. Él se decidió a esperarme y le comenté que si quería podía coger algo de beber. Me duché rápidamente, me lavé el pelo que tenía incrustados tropezones de vaya yo a saber lo qué, y cuando salí del baño con la toalla enroscada alrededor del cuerpo pude ver en el salón a Lolo echando un vistazo a las fotografías que lo decoraban.

Le empecé a explicar un poco de qué iba todo aquel collage extraño que me había ido montando con el paso de los años y a él parecía llamarle la atención mi arte para crear mojones con fotos. El caso fue que para mí no hay nada más atractivo que un chico que sepa escucharme o que simplemente ver allí a Lolo en toda su altura, tan simpático, tan amable… Vale, que sin más, me apeteció que echásemos un polvo y me lancé a su yugular para ver si a él también le iba el mambo.

Le iba, le iba. Como que antes de darme cuenta yo ya no tenía toalla alrededor del cuerpo y estábamos enrollándonos en el sofá muy a saco. Después de intentar encontrar la postura en aquel terrible sofá del salón lo invité a que siguiéramos en la cama. Allí que nos fuimos a mi cuarto para dar rienda suelta a nuestra pasión. Estábamos los doy muy a tope, Lolo el que parecía simplemente el chico majo era también un as de los juegos con las manos y yo solo agradecía el haberme duchado y estar fresquita porque en aquella habitación la temperatura no hacía más que subir.

Lolo de pronto empezó a estornudar, fue un poco corte de rollo pero era lo que había, no pasaba nada. Seguimos besándonos y tocándonos sin parar. Al minuto de nuevo, otro estornudo, estaba vez seguido de otros tantos más. Cuando el pobre ya llevaba como 10 estornudos encadenados prefería levantarme y encender la luz por si algo no iba bien. Ya cuando lo miré vi que sus ojos estaban completamente llorosos y muy rojos. Su cara estaba ya algo hinchada y claramente allí algo estaba pasando. Le pregunté si se encontraba bien y su única pregunta fue si por casualidad tenía gatos. Y efectivamente, mis dos mininos siempre están tumbados sobre mi cama, no en aquel momento, que estaban en la galería durmiendo, pero sí, aquella cama solía ser su territorio.

Aquel chico solo me respondió con con ‘me cago en mi vida’ y se fue corriendo al baño para lavarse entero. De nada le sirvió, porque en cuestión de segundos esa cara que ya estaba rara, de repente era como una especie de globo que daba mucho mucho miedo. Nos vestimos corriendo porque además se notaba que a Lolo le empezaba a costar respirar y mientras bajábamos en el ascensor pedí un taxi viendo como los ojos de Lolo se hundían en sus párpados cada vez más hinchados.

Al llegar a urgencias nos tocó esperar unos minutos, Lolo todavía tenía tiempo para bromear y fue entonces cuando decidió imitar a una pez con aquel rostro terrible que los pelos de mis gatos le habían producido. Lo llamaron en seguida y tras un par de inyecciones y un ratito de espera, las cosas empezaron a volver a la normalidad.

La verdad es que Lolo y yo no tuvimos un final feliz sexualmente hablando aquella noche, pero sí que seguimos viéndonos y conseguimos consumar aquel calentón. Esta vez en su casa, libres de pelos de gatos o de cualquier otro alérgeno que lo pudiera llevar al hospital (véase, polvo, anacardos, polen o mariscos, si es que con este chico hace falta un libro de instrucciones, pero merece la pena).

Fotografía de portada

 

Anónimo