Tenía 19 años cuando me fui de Erasmus a Estocolmo. Con todo mi cariño, estaba hasta los ovarios de los chicos españoles. Sé que está mal generalizar, pero me había topado con demasiados capullos y estaba bastante cansada. Quería conocer a un guiri que me diese candela de la buena, así que mi año de Erasmus era perfecto para lograr ese objetivo.

Llevaba dos semanas de curso y mi compañera de piso y yo nos apuntamos a una fiesta Erasmus de bienvenida. ¿Qué podía ir mal?

Nos pusimos nuestras mejores galas, un pintalabios rojo que todo lo arregla y empezamos la prefiesta en casa. Cuando ya llevábamos una castaña maja y los coloretes empezaron a ser por el alcohol y no por el blush de Too faced, decidimos llamar a unos amigos que ya estaban allí y salir rumbo a la fiesta.

Estábamos dándolo todo cuando noté que alguien me tocaba el hombro. 

– Perdona que te moleste, pero me he quedado loco al verte.

Y YO MOJÉ BRAGA.

Un francés de metro noventa que no solo estaba de Erasmus, sino que además estaba más bueno que el pan.

– Me llamo Paul, ¿y tú?

“ME LLAMO COMO QUIERAS LLAMARME.”, pensé.

Y entre mi inglés cutrón y la borrachera, seguramente le dije algo como “nice tomillo” en vez de “nice to meet you”, pero como él tampoco dominaba el idioma nos empezamos a comunicar con el lenguaje universal de los magreos.

Nos pasamos tres horas comiéndonos los morros hasta que me invitó a su piso. Debo reconocer que yo no entendía una mierda de lo que me estaba contando, así que en todo momento me limité a asentir, sonreír y darle lengüetazos.

Llegamos a su piso y fuimos a su habitación, sorprendentemente muy ordenada para ser un piso de estudiantes. Nos tumbamos en la cama y empezamos a besarnos y a acariciarnos por encima de la ropa, cuando de repente empezó lo bueno. ¡FUERA ROPA!

Pues lo bueno se hizo esperar, porque Paul se puso a doblar su sudadera, su camiseta, sus pantalones, sus calzoncillos y hasta sus putos calcetines. Yo estaba tan flipada que se me empezó a cortar el rollo a tope. No solo había parado de darme lo mío para doblar la ropa, sino que encima se puso a colgarla bien ordenadita en su armario.

Intenté olvidar lo que acababa de pasar para poder seguir dándole al tema, pero Paul me pidió amablemente que me levantase para abrir la cama BIEN. Cómo se abre una cama BIEN, os preguntaréis. Pues no lo sé, al parecer con cuidadito para que no se arruguen las sábanas. Y cómo se echa un polvo BIEN sin arrugar las sábanas, os preguntaréis. Pues es imposible.

No sé si será costumbre en Francia o qué, pero dejó caer que quería darme por culo. Mi puerta de atrás no estaba cerrada con tranco así que no me pareció mala idea. En el comer como en el follar, todo es empezar.

Mis intestinos no estaban del todo depurados por todo el alcohol que llevaba en sangre, así que aunque yo no lo notaba, me estaba cagando o tenía caca en mis adentros. Cosas de la vida, soy humana como diría Chenoa. Pues hundió el sable tan a fondo que al sacarlo salió un poco de mierda.

Al parecer Paul no había cagado en su puta vida porque se puso como loco. Se fue corriendo al baño gritando en francés. Yo estaba muerta de la vergüenza, porque no esperaba que él reaccionase así. Pues cuando volvió del baño me echó de su piso super enfadado porque había manchado sus sábanas con gérmenes de caca (JURO POR LO MÁS SAGRADO QUE LA CACA NO TOCÓ LA SÁBANA). Yo llamé a mi amiga que vino al rescate y acabamos la noche descojonadas de la risa comiendonos una hamburguesa para comer lo descomido.

Supongo que Paul tenía un ligero problema con los gérmenes y la limpieza, porque sino no lo entiendo. El lado bueno es que cuando volví de aquel Erasmus empecé a valorar muchísimo más el producto nacional español.

 

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]