La mayoría de follodramas que leo son de polvetes de una noche o tíos de Tinder. El mío no, queridas. Mi historia es con mi novio y futuro marido en 2021. Si esto fuese una película de Antena 3 de las que ves un domingo en el que sólo quieres hacer el vago, la sinopsis sería: amor, ñiqui ñiqui , drama y varias visitas al médico. Sin más dilación, os cuento.

Mi novio y yo nos conocimos en un evento friki, concretamente una convención en la ciudad de unas figuritas llamadas Warhammer. Yo fui a cotillear y de repente le vi: ojos verdes, un pelazo negro a la altura de los hombros, barba y una sonrisa que me volvió loquer. No fue amor a primera vista, fue excitación pura y dura a primera vista.

Yo me acerqué y empezamos a hablar. Casualidades de la vida vivíamos en la misma ciudad y nos movíamos por los mismos círculos de gente, pero nunca habíamos coincidido. Entre risas nos intercambiamos el teléfono y empezamos a hablar durante días. El siguiente viernes quedamos y durante dos semanas estuvimos viéndonos prácticamente todos los días con la excusa de tomar un café, ir al cine, probar restaurantes nuevos. Yo estaba sin un duro de tanto salir y cachonda como una mona.

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Tras varias citas en las que yo temía empapar la silla nos acabamos besando. Días después nos acostamos y con el tiempo la cosa se puso seria y llegaron los ‘te quiero’, las discusiones de pareja que se arreglan con abrazos, la mudanza, la adopción de nuestro gatito y el ‘oye, ¿y si nos casamos?’. Todo era alegría, felicidad y follisqueo del bueno a pesar de los años en pareja.

Estábamos tan sumamente bien que decidí dejar de tomar la píldora, porque ya nos habíamos llevado varios sustos. Teníamos la costumbre de empezar a follisquear a pelo y cuando él se iba a correr, parar. ¿Qué pasa? Que cada vez que yo tenía un retraso de la regla me subía hasta la fiebre del acojone de estar preñada.

Total, que pedí cita en el médico y le dije ‘oiga doctor, quiero tomar la píldora anticonceptiva’. Me hicieron una analítica, me desmayé como siempre que veo agujas y me recetaron unas pastis fantásticas de la muerte.

Yo estaba emocionada por follar sin condón y él todavía más. Os parecerá una chorrada, pero tenía mucha curiosidad por saber lo que se sentía cuando un tío se corre dentro. Total, que en cuanto pudimos follamos a pelo y fue tan increíble como habíamos imaginados.

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Los meses pasaron y un buen día empecé a notar molestias en el chichi. ‘Ay, señor, esto es por cambiar el gel de ducha, he pillado hongos fijo’. Ya me había pasado alguna vez, así que fui a la farmacia y compré una crema. Tres días sin follar mientras me echaba la crema, los picores desaparecían y en cuanto echábamos un polvo… ¡PUM! Otra vez el coñamen on fire.

Fui un millón de veces al médico y quinientas mil al ginecólogo. También probé ocho mil lociones, cien geles íntimos, cincuenta óvulos vaginales con probióticos y treinta remedios caseros. DE TODO, pero follaba y otra vez los picores, el fluido denso y las molestias.

Finalmente lo descubrí: había desarrollado alergia al semen. Putadísima de la vida, porque no hay nada que me ponga más que follar a pelo. Total, que desde ese momento o condón y acabar dentro, o echar el chorrazo fuera. Para mí el semen es como el agua bendita para La Niña del Exorcista, así que mi follodrama es crónico. Sólo espero que si el día de mañana tengo un hijo salga guapo para compensar los picores de los lefazos tóxicos.

 

Anónimo