Yo tenía unos 20 años cuando tal sacrilegio ocurrió. Había conocido a Raúl a través de una amiga, y puedo decir que hubo feeling desde el primer momento. 

En aquel momento, a mi me gustaban los típicos malotes (ay, el patriarcado y la inexperiencia de la juventud….menudo cóctel) y sin duda alguna Raúl era uno de ellos. Además de estar buenísimo (un morenazo de ojos negros que te quitaban el sentío), tenía pintas y actitud de chulazo, cosa que me volvía loca en aquella época. 

Además, todas las amigas pensábamos igual: Raúl tenía pinta de empotrador profundo; cosa que avivaba aún más mi deseo. 

Unas cuantas quedadas más tarde, y habiendo intercambiado más de una y de dos miraditas con él y alguna que otra conversación, el tonteo se vino fuerte. 

En cada quedada estábamos más pegados, había más tonteo, y ya es que dejó hasta de ser disimulado. Total, que evidentemente, al final el chulazo cayó con un morreo a escondidas que me supo a gloria bendita. Joder, qué bien besaba. Supuse que eso no era más que el anticipo de todo lo que sabría hacer igual de bien. 

Pobre criaturilla inocente del señor. 

Después de aquello, tuvimos un par de citas en las que hubo morreos a mansalva y de las que me iba, literalmente, con el tanga por las rodillas de… lo que pesaba. No sé si me entendéis.  

Ya, ser fina no es mi fuerte. 

Así pues al fin llegó la gran cita. Fuimos a dar un paseo por un parque, con magreamientos y morreos incluidos, y después nos fuimos de tapas. A mí me ponía todo de él. Cada gesto mientras hablábamos, cada palabra, cada mirada, cada movimiento. Es que me ponía todo de él, y cada vez más. 

Al terminar, nos fuimos a dar un paseo y acabamos en su portal, que nos pillaba cerca. Cómo no, nos comimos a besos y a “rozamientos”, y yo estaba ya que mi chichi estaba en fase ‘ventosa’. Como acercase la mano por dentro del pantalón, la perdía. 

Raúl por fin me dijo de subir a su casa y acepté más que encantada. 

Nos fuimos directos a la cama. La tensión comenzó a subir, las camisetas se desprendieron, chupó mis pechos con hambre. 

Mi clítoris en ese momento podía rayar diamantes. 

Total, que al fin parece que va a meter mano así más seriamente por encima del pantalón, cierro los ojos muerta de ganas por sentirlo y…. se pone a frotar con la mano estirada como cuando dos presidentes se saludan, en mi ingle izquierda. 

Una y otra vez, arriba y abajo.  

Me quedé un poco en shock y dije, no sé, será la emoción del momento que no atina. Será porque está por encima del pantalón y no me lo localiza bien. Yo que sé.  

Lo normal es guiarle yo misma o comentárselo, lo sé, pero ya sabemos cómo hemos actuado la mayoría de mujeres en estos temas, la mayoría de veces.  

Total, que intento omitirlo, y me dispongo a bajarme y bajarle los pantalones, decidida a olvidar este episodio. 

Me quita las bragas, se acerca a mí, pecho con pecho, para besarme mientras baja su mano y….SE PONE A MASTURBARME LA INGLE. De la misma manera, al mismo ritmo, en el mismo lugar. Lo peor es que encima el colega ponía cara de todo cachondo, esperando mi reacción supina. 

Para colmo, suelta el colega y dice que quiere que me corra bien corrida, así en plan guarrete. 

Casi se me escapa una risa, y al final no supe hacer otra cosa que fingir. 

Lo demás pues bueno, más bien normalito, sin más. 

Así que nada, ahí se quedó el falso empotrador, porque no tuvimos más citas. 

 

JUANA LA CUERDA