Él se llamaba Leonidas, era griego y tras hacer Match en Tinder me preguntó si yo había bajado del Olimpo. El chico se estaba ganando una mamada desde la primera frase. Era el mítico Adonis de anuncio con un cuerpo increíble y una sonrisa profident que miraba a cámara como si estar cachondo fuera fácil. Él probablemente se despertaba sintiéndose un vigilante de la playa, yo en cambio por las mañanas era como una rata de Camboya.
Me dijo que era profesor, que venía de Mykonos y que le encantaba una foto mía donde salía con un vestido con estampado de flores. Ay Leo, los estampados de flores son bonitos pero a mí los que mejor me sientan son los estampados contra la pared. Y yo quería sentir las columnas de su templo. Tras un par de picadas me preguntó si nos podríamos conocer en persona. Yo ya estaba pensando en qué situación loca me propondría el griego.
– Por supuesto, ¿qué plan te apetece?
– Podemos ir a caminar
………..
¿¿Perdona?? ¿¿Ir a caminar? Eso sería excitante si fuera un bebé. O una sirena. Tampoco esperaba que me invitase a cenar en un velero en Sanxenxo ¿pero por qué tener la primera cita caminando? Me pongo muy nerviosa cuando tengo que ir hablando de pie sin verle la cara fácilmente, sacando temas de conversación. Pero por Leonidas estaba dispuesta a hacer el camino de Santiago si quisiera.
Al final el paseo no fue tan mal porque quedamos en la entrada de un parque y a los 5 minutos nos sentamos en un banco (plan de gorda conseguido). Él traía una bolsa llena de latas de cervezas y en ese momento pensé «está bueno, parece majete y le va el bebercio». Probablemente después de Carlitos, el niño de Parbulario que me besaba y me regalaba sus caramelos, era el mejor candidato potencial que había tenido nunca (y eso que Carlitos se comía los mocos).
Se le intuían tatuajes por el cuerpo que le tapaba una camiseta de Guess la cual le marcaba los brazos y los pectorales. Leo me cogía la mano, me acariciaba el pelo, me llamaba guapa pero el muy desgraciado no me metía mano. Y a estas alturas de la película no íbamos a ser los amantes de Teruel en un banco mirándonos a los ojos en silencio con las manos cogidas así que le metí lengua como una serpiente bífida.
Al cabo de un rato se puso en pie, miró su móvil y me dijo «te importa si vamos a la panadería de mi tío? Está aquí al lado y necesito coger un cargador de Iphone, y de paso te invito a un pastelito». Pues nada chicas, a nadie le amarga un dulce, ¿no?
Cuando llegamos a la panadería, estaba cerrada a cal y canto. De hecho Leo pasó de largo por la entrada principal y comenzó a dar la vuelta al edificio. Yo no entendía nada. Hasta que llegamos a un callejón donde estaba la parte de atrás de la panadería. Allí levantó una maceta, cogió una llave del suelo, abrió la puerta y me dijo «Adelante».
El local estaba a oscuras, todas las mesas recogidas y olor a bollos por doquier. Era raro estar en un local cerrado a oscuras viendo a la gente pasando por la calle.
– No te preocupes, tú los ves a ellos, pero ellos no nos ven
Dijo mientras me empezó a meter la mano por debajo de la falda entre los muslos. Me apartó el pelo y me comió el cuello empezando por la oreja de arriba a abajo. Me cago en mis muertos, tenía el coño como una puta piscina olímpica. Si los paseos acababan así iba a convertirme en runner desde mañana. Cuando de pronto se escucha una voz desde la calle.

– Mamá!!!! Quiero un donut!!!

– ¿No ves que está cerrado?

Yo contenía la respiración. No pueden verme… No pueden verme…
– Pero hay gente dentro. Mira ahí en el medio.
Ostia puta. Y me tiré al suelo rollo teniente O´Neal. ¿Con que no nos veían, eh? – decía en bajo mientras me escondía detrás de una nevera. Pero antes de que me pudiera seguir quejando Leo me cogió en volandas y me llevó a la parte de atrás del almacén. Me puso encima de la encimera, me sacó las bragas y empezó a comerme los bajos como si fuera la última croqueta del plato. El chico era griego pero también podía hacerme latín, porque iba a acabar con la lengua muerta de tanto chupar.
Después me la metió y sentí el Adriático, y Mikonos y el Acrópolis. Había restos de harina por todos lados. Amigas, tenía fariña hasta en el culo. Sito Miñanco a mi lado era un aficionado.
Lo peor es que la suciedad repostera no me impidió seguir follando. Con la emoción no me fijé en que colgaban cazos del techo y me di con uno en la frente que me dejó trastornada para el resto del polvo. Yo entre la contunsión y estar llena de harina pensé «yo ahora lo siento, pero lo único que puedo ofrecerte es ser estrella de mar». Y me desplomé sobre la encimera, levanté piernas y dejé que aquel cimbrel entrara en la plaza de toros. Claro que sí cariño, dale ahí al JROÑA QUE JROÑA. Pero en medio del fornicio, la realidad llamó a nuestra puerta. Más bien, la familia de Leo.
Yo me vestí y me escondí detrás de los fogones y Leo fue a dar la cara. Entonces me di cuenta que había una alarma sonando sin parar. Yo pensaba que era de un coche de la calle y era del cuarto de atrás de la panadería. Y ahora estaba despeinada, con chupones en el cuello y llena de harina escondida como una rata al lado del horno. Pues si así acababan los paseos me quedo en mi casa mirando Netflix.
Aparecieron los tíos y la abuela de Leo, se pusieron a andar por la panadería, hablando en griego y yo no entendía nada. Pero aunque no entendía lo que decían sí comprendí que el tono iba mejorando. Al principio estaban enfadados, luego sorprendidos y después contentos.
De pronto vino Leo a la cocina, se agachó donde yo estaba y me susurró al oído «ven y sígueme la corriente».
Y me puse en pie, le cogí la mano y avancé a la parte de la alante de la cafetería. La tía de Leo ya en español me dijo:
– Bueno bueno. Sí que os lo tenías callado. Pues nada, habrá que celebrar la nueva parejita ¿no?
¿¿¿¿¿¿¿Perdona????????? ¿¿Pareja de quién?? Leo me miraba con cara de que le siguiera la corriente pero es que esto se había ido muchísimo de madre. Yo cuando me quise dar cuenta tenía una copa en la mano y la abuela de Leo me estaba dando besos por la cara. Y yo no era capaz de cerrar la boca. La tía de Leo nos empezó a hacer preguntas.
– Anda qué callado os lo teníais eh. ¿Y desde hace cuánto os conocéis?
– Eh… 4 horas
– 2 años
– ¿Y os conocisteis en la Universidad?
– Eh… En Tinder
– Sí tía, en la Uni
– ¿Y hablas griego?
– Pues… Kalimera… Kalispera… Kalinijsta… y ya estaría
– Bueno, a partir de ahora aprenderás más griego, no te preocupes.
Antes de que pudiera negar con la cabeza, la abuela de Leo me cogió por el brazo, me llevó a la encimera donde media hora antes estaba mi culo y pasó un trapo y se puso a hacer una masa con las manos y me pidió que la imitara. Era una especie de pan de pita o algo así. El tío dijo «bueno, esto hay que celebrarlo a lo griego». Y abrió la puerta de la entrada y se puso a romper platos.
Pero MariCarmen, qué pirolas me estás contando. Que estoy en una puta panadería amasando pan de pita con la abuela de un griego que conozco del Tinder mientras su tío está rompiendo platos en la entrada. ¿¿Qué coño es esto?? ¿¿Mi gran boda griega???? Yo miré a Leo con cara de «o me sacas ya de aquí o te desmonto la historia» y él lo comprendió. Así que les explicó que tenía que irme a casa que me esperaba mi familia.
No sé qué historia se habría inventado Leo para hacerme desaparecer de su vida después ni cómo se lo tomaría su familia después de los platos rotos. Yo no volví a quedar nunca más con él porque eso habría implicado pasar por el altar y yo desde luego ya no tenía el horno para bollos.

Autora: La Julieta del Tinder

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