El mundo Tinder a otros les da el amor de su vida y a mí me da anecdotitas para un libro. Actualmente me he plantado y me he quitado la aplicación pero digamos que no me faltan experiencias.

He conocido varios perfiles de chico casi iguales. Digamos que tengo claro mi prototipo: grandote, moreno y con barba. Uno de ellos se presentó como ‘Otaku que se ducha’. No soy amante de este mundo y tampoco muy conocedora pero me parecía majo y pillaba mis bromas y eso, a estas alturas, es milagroso.

Quedé con él un par de veces. Como amigo para tomar birras de guays pero en lo íntimo lo podríamos describir como una metralleta con pocas balas. De hecho, después de ese gran encuentro, me fui cual ninja por la mañana. Era una mezcla de insatisfacción sexual y que no me dejó dormir porque hablaba mucho durmiendo. Todavía mis amigos se siguen riendo con el mensaje tan sensible que le envié al irme de allí a las 8 de la mañana: “xoxón que me he ido. No podía dormir”. 

Al mes quise darle una oportunidad por si tuvo un mal día y fue aún peor. Tengo que decir que soy muy paranoica con los olores y hay algunos que odio con el alma. Uno de ellos es el olor a comida china. Quedaros con este datito.

Fui a su casa y nos tomamos unas cervezas, yo me las bebí rápido porque intuía que más tarde las iba a necesitar. Cuando la cosa se puso más coqueta empezamos a liarnos en el comedor y de ahí fuimos a la cama. ERROR. Al entrar olía como a la cocina del chino de mi barrio si se dejara de limpiar semanas. Era imposible concentrarme pero con lo poco que follo me quedé ahí e intenté ignorarlo. Pero a la vez no paraba de pensar que ahí había comido ese tipo de alimentos y que seguramente habría un plato olvidado por algún rincón de la habitación. No se veía muy impoluta esa habitación. Llamadme loca pero si yo vengo perfumadita y aseada como mínimo lo que espero es una habitación ordenada.

SPOILER: esta segunda oportunidad fue “metralleta con aún menos balas.” Al ver el espectáculo de olores lo arrastré a la ducha para seguir a ver si ahí con el olor a gel todo iba mejor pero, en ese momento, descubrí que era él el que desprendía ese olor. Se había impregnado en su puñetera piel. ¿Qué cojones? En cuanto lo noté le pegué un manguerazo de agua fría que el chaval aún está flipando.

Ojalá poder enseñaros el olor que sufrí. También os digo si fuese el dios del sexo tampoco hubiese repetido. Si tengo una arcada en mitad de un acto sexual que sea porque tenga algo que merezca la pena en la boca.

Ana Jota