Entré en Tinder haciéndome la digna. Me duró 3 días la dignidad. ¿A quién pretendía engañar? Tras 4 meses pasando más hambre que un piojo en una peluca, necesitaba algo que no funcionara a pilas.

No hubo fuegos artificiales al ver su perfil, ni protagonizamos una peli de Disney. No. Simplemente me pareció un tío normal. Cosa que en Tinder a veces parece complicada.

Quedamos, nos tomamos unas cañas. Tenía rollito. También había algo que apuntaba maneras en sus pantalones pitillo.

Empezamos a hablar cada vez más cerca. Puse mi mano en su pierna (o quizá la fui subiendo, quién sabe). Él en la mía. Mientras me miraba a los ojos se pasó la lengua por los labios, esbozando media sonrisa. Maldito. Estaba relamiéndose. Yo tan caperucita y él tan el lobo feroz… Y yo sólo quería que acabase el cuento de una vez y que me comiera.  (El coño, a ser posible)

Nos fuimos a su piso. No tengo muy claro cómo llegamos. Creo que nos paramos en muuuchas esquinas y muchos portales. Tampoco recuerdo en qué momento le dio al botón del ascensor, porque os aseguro que tenía sus manos perfectamente localizadas en algunas partes de mi cuerpo.

Gracias a la luz procedente de la calle no fue necesario encender las luces. Ni necesario, ni había tiempo. Teníamos mucha hambre. Follamos en su cama. Como dos animales.

Al acabar me ofreció algo de picoteo y una cerve. POSTCOITOS ASÍ SÍ, GRACIAS. Pero al encender la luz…

WTF.

Creo que nunca, jamás, en mi maldita vida, había visto una cosa igual. Debajo de mis posaderas había estampada una cara gigante que se expandía como diseño a lo largo de toda la colcha. Me levanté  y me fui separando leeeeeeentamente mientras rezaba por que no fuera una funda de Justin Bieber. PEOR.

La funda de la cama era la p. cara de JULIO IGLESIAS.

JULIO IGLESIAS. Con su cara de “y lo sabes”. Sonriéndome estampado en una p. funda nórdica.

Debí quedarme un rato en shock porque el chaval llegó preguntándome si me encontraba mal. Sólo pude mirar la colcha con ojos de “¿estamos de coña?”.

El pobre se rió y me dijo que era vendedor ambulante, que vendía mantas, colchas, toallas y que tenía de todo pero que (y os juro que esta frase salió de su boca) “todo de muy buena calidad”.

No repetí polvo pero al menos ya sé dónde comprar buenas toallas.

 

Anónimo

 

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