Pues bien señoras mías, aquí se viene un folladrama de los de ridículo y vergüenza fuerte. Ridículo físico, mental, emocional, mundial y universal.
Pues bien, yo soy un poco perra del infierno y me quería vengar de mi ex, fuerte, muy fuerte. Me quería vengar porque me pidió un tiempo porque el muy cerdo me había puesto los cuernos. Él a mí. Y me pidió un tiempo. Él a mí.
Sí, como podréis intuir y comprobar soy un poco retrasada mental, pero es que yo estaba tan asquerosa y perdidamente enamorada que no era capaz de ver la auténtica mierda en la que estaba cimentada mi relación.
El caso es que decidí vengarme. ¿Con quién te vengas de tu novio con el que te has dado un tiempo? Pues con tu ex. ¿Para qué te vas a molestar en buscar a una persona que no te conozca de nada, con la que no tengas historia, a la cual te puedas follar y olvidarte de ella a la mañana siguiente? Para nada. Eso es jugar en modo fácil, evitar el drama no lo peta.
Pues nada, allá que fui yo:
-Oye Carlitos, que mi novio me ha dejado, ¿follamos?
-Claro que sí, guapi. Vente a mis aposentos.
Y allá que fui yo, sin duchar ni nada, con las bragas a lo Bridget Jones. Porque había confianza, porque yo no quería ni follar ni mierda, yo quería vengarme, demostrar que si él se podía follar a otra yo también podía. ¿Demostrarle a quién? -os estaréis preguntando.- Y yo qué coño sé -os respondo.
Pues nada, fue un ‘hola qué tal, vamos a tu habitación y fóllame’, el chaval encantado, claro. Polvo a domicilio, gratuito y de venganza, que es como que lo haces con más rabia.
Pues eso, allá que fui yo, empotradora máxima, lo tiré en la cama, empecé a restregarme y hacerle de todo en todos los idiomas sexuales que sé, me desnudé, le desnudé, le chupé, le mordí, me restregué, me la metí, lo gocé, me corrí y me puse en mi posición favo: el perrito. Me puse a cuatro patas en la cama.
El señor me estaba agarrando el culo mientras me follaba fuerte, muy fuerte. Yo lo estaba gozando, lo estaba gozando hasta que dejé de gozarlo y empecé a sentirme así como… como una puta mierda. Me puse a llorar, sí en medio del polvo. Aquel estaba a lo suyo y no se enteraba de nada.
El caso es que yo, con todo mi papo moreno, en lugar de levantarme digna e irme de allí como una señora de bien, pues no se me ocurrió nada mejor que avanzar a cuatro patas, me empecé a alejar de él gateando y el pobre me agarraba del culo en plan ‘a dónde vas muchacha’, puse las manos en el suelo para bajar de la cama y me salí gateando hasta el aseo.
Sí, me fui de la habitación gateando. ¿Que por qué? Pues reinas, aún no lo sé. Ahora me dan ataques de risa cada vez que me acuerdo, mis amigas se ríen de mí cada vez que pueden y yo creo que es que estas cosas hay que verlas así, con perspectiva. Porque de lo contrario te encierras en tu casa y no vuelves a salir en tu vida no vaya a ser que te encuentres con ese señor por la calle.
Pues nada chicas, si alguna vez tenéis que huir con estilo de una situación incómoda, hacedme caso: gatead. Marcaréis tendencia.