Llega la temporada de gripes, gastroenteritis, catarros y enfermedades varios, y la menda (que tiene un sistema inmunológico nefasto porque de pequeña no bebía Actimel) se puso mala. Tenía el kit completo: mocos, dolor de cabeza, fiebre y una diarrea que mi culo parecía un aspersor lleno de barro. No es fino, lo sé, pero es la realidad.

Resultado de imagen de i'm ill

Fui al médico y el señor de bata blanca me dijo lo obvio: suero si vomitas, dieta blanda y reposo. Okey, thanks. Así que durante una larga semana estaba como un octogenario de luto, de la cama al sofá y del sofá a la cama.

Llegó el séptimo día y resucité. Tardé más que Jesucristo, pero bueno, lo importante era que mi caca volvía a ser sólida, ya no tenía fiebre, y mis fosas nasales estaban despejadas. Os lo digo de verdad, no valoramos la salud hasta que estamos malas y no podemos respirar por la nariz.

Total, que me entraron ganas de disfrutar de mi reestrenada salud física, así que escribí a mi ligue de Tinder. Habíamos quedado unas cinco veces y todas con erótico resultado. Vamos, que habíamos echado varios casquetes polares a tope de power. Durante esta semana habíamos estado guarreando porque yo estaba convaleciente en la cama, pero también cachonda. En resumen, llevaba varios días con más ganas de comer fuet que el del anuncio de Casa Tarradellas.

Esa misma noche se plantó en mi casa con una caja de pizza en mano. No sé si me hizo más ilusión ver su cara o ver el logotipo del Domino’s. Entro, me puse ciega comiendo pizza cuatro quesos (o cinco, ya no lo recuerdo bien), y la cosa se encendió. Que si un besito por el cuello, que si que orejas más bonitas, que si te acaricio la espalda, y en un abrir y cerrar de ojos tenía las bragas por las rodillas y me estaba comiendo el chochet.

Resultado de imagen de i'm horny

Ahí estaba yo, despatarrada de piernas en el precioso sofá gris de mi piso de alquiler cuando de repente me dijo “gírate, ponte a cuatro patas que te quiero follar”. Obedecí y empezó a empotrarme con una intensidad que no era ni medio normal. Y de repente, amigas mías, la mezcla de quesos que había en mi estómago empezó a montar una fiesta. No sé cómo será un parto, pero yo sentí una contracción y el bebé ya estaba fuera. ¿Niña o niño? Pues un ñordo medio seco medio líquido que manchó todo el sofá.

Mi ligue de Tinder me miró como si acabase de sacar por el culo un demonio y corriendo se fue al baño, no sé si a potar o a limpiarse. Yo sólo podía pensar en el estropicio del sofá. Con el culo sucio (ay, qué elegante soy) corrí hacia la cocina, cogí el spray de Sanytol y un rollo de papel y empecé a frotar en el sofá. Fue peor el remedio que la enfermedad, porque acabó TODO expandido.

Resultado de imagen de shit happens

Y esta, amigas mías, es la historia de cómo mi ligue de Tinder no ha vuelto a dar señales de vida, y cómo yo me pasé tres horas limpiando un sofá con Sanytol y Fairy, secándolo con un secador, oliéndolo para ver si quedaba rastro, y repitiendo el proceso una y otra vez. Por suerte no queda ninguna señal de mi desliz, sólo en mi memoria y en la de mi desaparecido ligue.

Moraleja: si a un tío queréis asustar, follando os debéis de cagar.