¡Cómo me gustan las bodas!

Son lo más porque: nos juntamos todas las amiguis, nos ponemos vestidos que no vamos a volver a usar, hay bebida y comida a mogollón y las fotos… ¡Ay, las fotos! Que si a esta le han pillado meando, a la otra ligando con el padre de la novia y la otra por el suelo borrachísima perdía. Risas.

Pues la última a la que he ido fue el sábado pasado y lo que iba a ser una anécdota de follisqueo, acabó convirtiéndose en un follodrama.

El caso, yo tenía el vestido para la boda en casa, preparado para envolver este pedazo de cuerpo que ni el de los bomberos. Como era parte del grupi de las damas de honor pues todas íbamos a llevar el mismo vestido: de tubo, corto, escote corazón y ajustado, muy ajustado.

Yo, en un momento de lucidez, pensé: igual para este vestido me compro lencería que no se note mucho y, por qué no, alguna faja reductora. Más que nada para que no se marquen las gomas de las bragas.

Pues allí que me fui a la búsqueda y captura de lencería que tapara todo mi culo, por completo y no a la mitad. Que mira que hacen tallas XL pero chica, hay bragas que me dan para taparme una nalga y yo necesito las dos bien tapadas. 

El caso, que encontré una braga, alta, de mi talla y una faja monísima, me gasté mis buenos lereles y ya estaba ready para arrasar en la boda.

Llega el sábado, yo estaba on fire, preciosa, con pelaso, que ni el de Mario Vaquerizo en el anuncio de Pantene.

Todas las amiguis estábamos en la misma mesa sentadas y yo, como buena soltera que soy, ya estaba fichando a todos los solteros del lugar. Porque una es una follaqueen y lo disfruto.

Mi radar no falla, el de la camisa granate, qué guapo, qué sonrisa, qué todo. Me lo presentan, hablamos, tonteamos, le meto más fichas que ni el parchís y empieza el toqueteo.

Que no me corto, que yo soy una mujer libre, soltera y si me apetece y a él también pues qué hacemos perdiendo el tiempo.

Me dice que si vamos al baño, pues al lío. Empezamos a morrearnos, besar no, morrear. Tenía el pintalabios por toda la cara, por la suya y por su cuello. Nos calentamos y saca un condón. Se baja los pantalones, me voy a subir el vestido y no puedo.

El vestido es tan ajustado que me tiene que ayudar a quitármelo. Venga, primera capa. Todavía queda la faja, las medias y las bragas.

Segunda capa: la faja. Maldita faja reductora. Muy bonito que te deje como un embutido de Campofrío pero ahora cómo me quito yo esto.

Resulta que la faja se había ajustado mucho, yo estaba hinchada, sudada y eso no bajaba. ¡Valgamelseñol! Yo con este calentón, este buenorro que quiere comerme entera y la faja se agarra a mi cual cinturón de castidad.

El percal era el siguiente: los dos morreándonos como locos mientras él, en plan Thor, intentaba desprenderme de aquella trampa mortal. La faja se acabó enrollando cual persiana y no hubo manera de bajarla, en fin.

Total, que al muchacho se le bajó el calentón y tuvieron que venir todas las amiguis (sí, novia incluida) a sacarme de la faja maldita.

No follé y no volveré a usar faja. Eso sí, tengo las mejores amigas del mundo.

 

Anónimo