Esta historia es sin duda, la que más risas ha provocado entre mi grupo de amigas. Las que lo vivieron y a las que se lo contamos. 

Todo empezó cuando una amiga se casó en Castellón. Como muchos viajábamos desde fuera, la boda se celebró en una masía preciosa con piscina donde podíamos quedarnos a dormir. Así que allí iba yo, con un vestido que me encanta, peinada y maquillada para sentirme preciosa. Como yo soy de las que busca ir cómoda ante todo, llevaba una faja que es como un bañador pero va por debajo del pecho, lo realza, recoge todo lo demás y no se baja. Vamos, la faja ideal! 

 

Como no podía ser de otra forma, cuando entré a la masía pasé revista. Tanto de los vestidos de las demás cómo de los chicos del evento, a ver si había algo interesante. Con la revista pasada, había un chico que pensé, mira ni tan mal. Le llamaremos Óscar. 

Al transcurso de la noche, acabamos todos los amigos en la piscina y al salir, estaba yo tomándome una copa cuando Óscar se acercó. PERFECTO pensé. Yo con un par de copas y mojada, me creía Marilyn… Que igual no, pero yo lo creía. Empezamos a hablar y todo parecía fluir bastante bien así que nada empezó la cosa a calentarse.  

Mi hermana siempre me dice que ese fue el mejor momento. Ella vio como yo asentía con la cabeza y mirando hacía otro lado (como si toda la boda no nos hubiese visto ya) andaba hacia el parking. Si yo no los veo a ellos, nadie me ve a mi.  ¡Claro que sí guapi! 

Los coches estaban más lejos de la casa y allí era mucho más discreto todo. Por un momento me sentí como si tuviese 20 años otra vez. Sucedieron las cosas que hubieron de suceder y luego, intercambio de teléfonos y a dormir cada uno en las habitaciones que nos habían asignado. 

Cual fue mi sorpresa al día siguiente, cuando descubrí que Óscar era el hermano del novio. Estaba hablando con la madre del novio de lo bonita que había sido la boda (ella se fue a dormir mucho antes de la fiesta) y me dice: ay, no sabes lo contento que está mi Óscar (señalándole), se ha levantado feliz. Hacía tiempo que no le veía así, que bien que se alegre por su hermano. Yo aguanté el tipo por no decirle, las gracias a mí, por favor. 

Y llegó el D.R.A.M.A. Cuando llegué a casa, fui a poner nuestra ropa mojada de la boda en la lavadora y pegué el grito más fuerte que jamás he pegado. ¡Mi faja no estaba! 

Mi hermana vino corriendo a ver qué pasaba y yo amenazándola para que no se riese se lo conté. Al final ella no podía contener la risa y yo lloraba y reía a la vez. Pero en que cabeza cabe, dejarse la faja en una boda. Una faja mojada. En un coche. No me lo podía creer. 

Días después me escribió Óscar y empezamos a hablar. Me dijo que le había gustado conocerme y me propuso quedar algún día. 

Después de hablar por whatsapp varias veces, llegamos a quedar en dos ocasiones y en ambas me dio plantón. Después de varias excusas del estilo «ahora estoy un poco desmotivado, tomo vitaminas» yo pensaba, chica esto no es para ti. 

Así que le escribí para decirle que no pasaba nada si no quería quedar, que yo estaba muy bien como estaba y que todos tan felices. Él lo comprendió y en medio de esa conversación me dijo: bueno me gustaría verte para devolverte tu ropa. 

Doy gracias a la vida a que dijo tu ropa y no tu faja sucia. ¿La había guardado cochina desde la boda (4 meses atrás)? ¿Se la habría dado a su madre para que la lavase? 

Pensé mucho la respuesta y al final llegué a la conclusión de que yo no tenía por qué sentirme mal ni avergonzarme de nada. Así que mi respuesta fue la siguiente: 

Gracias por haberla guardado, pero me he dado cuenta de que no la necesito, ¡puedes tirarla! 

Y así es cómo una prenda que para mi era vital, dejó de tener espacio en mi vida. La recuerdo como una amiga de eventos con la que ya no quedo, y ahora que ha pasado el tiempo, me imagino a Óscar mirando la faja con nostalgia y me entra la risa floja. 

Carolina Moreno