El día que me pasé Tinder (mi ciudad es mediana y llegó un momento en el que me salían los mismos señores una y otra vez), decidí lanzarme a probar nuevas apps y acabé en POF (Plenty of fish). Locura total.

Para las que no conozcáis esta app os recomiendo que os la bajéis un día que estéis muy aburridas, porque se os quitará el aburrimiento de golpe. Dios santo que cantidad de tíos locos, con bastante más predisposición para hablar que en Tinder, o eso me pareció.

Conocí a J. ese mismo día que me bajé la app. No era Brad Pitt pero parecía un tío resultón y sobre todo tenía mucha pero que mucha labia. A mi esas cosas me ganan. Un tío que tiene respuesta para todo me gana enseguida, no sé si mi corazón, pero mi chumino seguro.

De los a qué te dedicas pasamos enseguida a los qué llevas puesto. Los tíos que se expresan bien suelen ser máquinas del sexting (decirse cerdadas a través del móvil. Aclaración para los NO millenials), y la verdad es que J era el Vargas Llosa de las cochinaditas online. Me puso cerdaca día tras día hasta que por fin quedamos. 

Sé que soy un poco cabra loca y que no es nada recomendable quedar directamente en casa. Pero no os voy a engañar. Estaba ya que me subía por las paredes y preferí ahorrarme la cerveza previa de rigor. Iba directa al salami, las cosas como son.

Me planté en su casa con la decisión de echar un polvo histórico. Lencería sin agujeros y perfume del caro (para el día a día suelo usar copias del Mercadona, guiño guiño). Me abrió la puerta un señor de menos de 1,60. Yo no contaba con un tío tan bajito al que mi 1,75 sacaba dos cabezas, pero chica, la estatura en horizontal no influye y yo tenía la almeja lista y en salsa.

J me tenía puesta la mesa con velas y un vino tinto (del Mercadona, porque es el que sueño comprar yo. Joder el señor del Mercadona debería de patrocinarme). El chico quería ponerse romántico antes de fornicar, no iba yo a negarme.

Charlamos de la vida. Era igual de charlatán en persona y cuanto más gesticulaba, más cachonda me ponía yo. Yo ya no sabía cómo entrarle y me imagino que desde fuera parecía imbécil mordiéndome el labio y estupideces varias que suelo hacer cuando quiero que me metan morro. Pero nunca me entró.

Sí, como lo oís. Ni tan siquiera me besó.

En su lugar, empezó a pedirme cosas:

– Me gustaría que te desnudases para mi.

Lo hice lo más sexy que pude, aunque menos mal que nadie grabó ese momento porque debió de ser un churro. Una vez desnuda frente a él, siguió dándome órdenes que en ningún momento le implicaban a él. Tócate aquí, haz esto así, siéntate ahí.

Tenía una voz tan sensual que no me di cuenta de que estaba actuando cual marioneta, haciendo en cada momento lo que él me pedía, y estaba cada vez más cachonda.

Así me sentí por un momento
Así me sentí por un momento

Finalmente me pidió que me masturbase para él, y llegados a ese punto pues chicas, lo hice, porque si él no iba a darme salami tampoco quería quedarme a medias. Y porque la verdad la situación era a tope de morbosa.

Él no se tocó en ningún momento aunque yo pude advertir un bulto constante en su pantalón. 

Cuando yo acabé, no pude evitar preguntarle qué había sido todo aquello, si no se había quedado con ganas de follarme.

Me dijo que a él lo que le pone es la parte psicológica del sexo y ver cómo lo hacen los demás, no hacerlo él. Nos quedamos un rato más, en el que descubrí un montón de cosas nuevas y en el que me di cuenta de que quizás J no se convertiría en mi pareja, pero sí en un colega morboso con el que fantasear de vez en cuando.

¡Nunca te acostarás sin saber una cosa más!

 

Marioneta