En febrero lo dejé con mi exnovio y desde entonces he pasado una etapa un poco chunga. Mi mejor amiga, harta de verme en la mierda, decidió montarme una cita a ciegas con un tío de su trabajo “muy simpaticón y educadito” según ella, así que después de unas cuantas semanas dándole largas, este finde quedé con el susodicho. Total, ¿qué podía perder?

No me quería comer mucho la cabeza porque tampoco estaba buscando a un príncipe azul, yo lo que quería era un buen empotrador, pero el día de la cita estaba más nerviosa que Cifuentes en un Eroski. En la vida había tenido una cita a ciegas, así que mi mente se estaba montando unas películas dignas de Spielberg.

Quedamos en un bar y me pareció una maravillosa idea llegar antes, sentarme en una mesa y ponerme a echar sudokus en el móvil para evitar estar mirando a todos lados como un suricato en busca de mi cita. De repente alguien me tocó el hombro.

– ¿Eres María?

Era él. Un chico guapísimo con una sonrisa preciosa y ojos de persona estable (parece una bobada, pero si tiene ojos de pirado, HUID). Le dije que sí, nos dimos dos besos y se sentó en la mesa.

Cuando íbamos por la tercera cerveza, se me quedó mirando y me besó. Para que os hagáis una idea, yo tenía el chochet como el parque de Doñana después de una semana de lluvias. Imaginaos lo a tope que tenía que estar, que le invité a mi casa para continuar la fiesta. No solo era mi primera cita, sino que también era la primera vez en años que me llevaba a un tío al que acababa de conocer a casa. Bendita soltería.

Llegamos a mi piso y lo que viene a continuación ya lo supondréis: follamos como conejos. En el sofá, en la mesa del salón y en la cama, por ir variando. Fue un polvo maravilloso.

El problema es que lo bueno siempre se acaba, y cuando ya estaba a puntito de mandar un WhatsApp a mi amiga para darle las gracias, veo que el chaval se levanta, se pone los calzoncillos, se acerca a la mesilla, coge el condón y hace amago de salir de la habitación.

El cubo de la basura está según entras a la cocina a la derecha, detrás de la puerta.”, dije yo pensando que el muchacho iba a tirar el arma del crimen en la basura.

A lo que él me contestó: “No, no. Esto no se tira. Esto se aprovecha.”

WHAT THE FUCK? ¿QUÉ ME ESTÁS CONTAINER?

Vosotras intuiréis lo que pasó a continuación por el título del follodrama pero imaginaos mi cara de circunstancias.

Yo – ¿Qué? ¿Se aprovecha cómo?

Él – Pues que el semen es buenísimo para la piel. Si sobra puedes probar.

Yo – No sé si estoy pillando muy bien la conversación.

Y él se rio, me preguntó que dónde estaba el baño y pa’ allá que se fue. Yo estaba flipando pero intenté aferrarme a la idea de que me estaba vacilando y que en realidad iba a tirar el condón en la basura y de paso echar una meada. PUES NO. Volvió del baño con toda la corrida por su cara.

Él – No ha sobrado así que te quedas con las ganas.

Y se tumbó en la cama y siguió hablando como si nada de las propiedades del semen. Quince minutos después volvió al baño, se enjuagó la cara y volvió a la cama. A todo esto yo estaba flipando sin saber muy bien qué decir, así que asentí y sonreí.

Nos dormimos y a la mañana siguiente le comí la polla. Igual su lefa es prodigiosa y me vuelvo Wonder Woman. 

El muchacho me ha dicho de volver a quedar y se le ve bastante entusiasmado, ¿vosotras qué haríais?

 Autora: hater de las mascarillas

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