Ya había oído esa historia de otras amigas y cuán escandalosa puede llegar a ser la cantidad de sangre que sale de una fisura tan pequeña. Pero una cosa es cuando te lo cuentan y otra muy distinta cuando te pasa a ti.

Empiezo:

Follar poco porque tienes hijos te lleva a ser un estratega en aprovechar el tiempo y el espacio, te convierte en un acróbata de posturas en sitios random de tu casa, a la par que aprendes a correrte BIEN y sin hacer ruido. Sobre todo lo último.

Nuestra historia empieza una de esas noches en las que mi pareja y yo por fin celebrando ese MOMENTITO de intimidad dentro del bucle que es la rutina laboral y la dinámica familiar: Primero los buenos preliminares, el lubricante y juguetitos, y como al final nos acabamos calentando tan rápido en poco pasamos a la siguiente base.

Ese día con un extra: Un estimulador anal en el culamen, de esos de acero inoxidable con forma de picas (como las cartas de póquer). No sé si lo podéis visualizarlo.

Todo fue según lo previsto; caricias, besos, mete-saca de manual en una postura cómoda (o todo lo cómoda que puedes estar en el suelo del salón con una mantita y unos cojines) y de golpe….

¡AAAAAAAH!

Se apartó de mí, caí de boca al suelo y al girarme toda indignada le veo con las manos ensangrentadas. Por un momento pensaba que me había bajado la regla (típico) pero luego al ver su cara de pánico y que la sangre aumentaba lo vi claro: Le había partido el frenillo.

Me levanté como pude y le acerqué papel, pero eso no paraba. Fuimos los dos al baño y pareció cesar, pero al salir de debajo del agua y aunque presionara en la herida con gasas… Nada de nada. Diez minutos después seguía saliendo sangre. Yo intentaba mantenerme serena, aunque cada vez me costaba más y al final lo dije:

“¿Qué hacemos? ¿Vamos a urgencias?”, le pregunté.

Pocas veces he visto tal angustia en su expresión. E interpreté su silencio: Me vestí rápido y le ayudé a él, desperté al niño (si, señoras, ¡qué otra cosa podía hacer ¿dejarlo en la cama o peor todavía llamar a mi madre y contarle el percal?!), preparé la mochila, nos pusimos las chaquetas y los zapatos y nos montamos todos en el coche. Cuál viaje en familia pero en pijama y con una crisis existencial de cojones.

Al llegar a urgencias todos nos preguntaron qué le ocurría al niño. Vimos claro que íbamos a ser la historia de la noche o, mejor dicho, de la semana: Padres acuden con niño incluido al hospital por una ruptura de frenillo del progenitor. Digno del diario cutre del barrio.

Cuando explicamos la situación en el mostrador pude sentir como se aguantaban la risa y nos hacían pasar a la sala de espera los tres. Mi marido con las manos aguantando la toalla y yo con el niño encima pidiendo teta para dormir. Un cuadro.

Al rato le llamaron, pasó dentro y unos minutos después me hicieron pasar a mí también. Me volvieron a preguntar todo lo sucedido hasta que tuve que relatar con detalle lo mismo que escribo aquí hoy. Ese día con mucha más vergüenza que la soltura que estoy mostrando ahora mismo.

¿Con qué cara le digo yo al médico que mi marido me estaba dando bien duro, con el dilatador anal incluido, y que de la presión se le ha reventado el frenillo?

Después de revisarle el miembro viril, hizo llamar a un urólogo de urgencia para que valorara él también la situación. La cara cuando me vio (despeinada, ojerosa, con el bebé de 8 meses colgando de la mochila porteadora y en zapatillas) y luego le miró a él sentado con las manos en sus partes y el miedo en la cara, sonrió por lo bajo y dijo:

“Vaya nochecita, ¿no?”

Ni que lo digas, pensamos los dos. Poco después de mirarle le hizo vestirse de nuevo y nos hicieron sentar a ambos: iban a hacerle una frenuloplastia. ¡Con alegría!

Para la que no sepa qué cojones es (nosotros tampoco lo sabíamos entonces) se refería a acabar el trabajo que habíamos empezado y “cortar” el frenillo del todo para que pudiera sanar bien. Y te lo dicen con toda la calma del mundo, ¿eh?

En ese momento mi marido entró en psique total, negándose en redondo, hasta que por fin le convencieron. Y la verdad es que fue una intervención mucho más rápido de lo que esperábamos. Creíamos que nos darían cita para más adelante, pero a las “pocas” horas (cuando ya amanecía) salíamos del hospital dirección a casa. Mi marido tullido andando como un pato, el niño despierto como si nada hubiera sucedido y yo… Yo con el dilatador anal en el ojal todavía, que con todo el lío se me había olvidado que lo tenía.

Moreiona