Aquí va otra historia de Tinder, esta tiene un final feliz. O todo lo feliz que se puede esperar cuando estás rodeado de mierda.

Empieza con un “like”, una conversación amena y distraída, intercambio de números telefónicos y unos días charlando sobre nada y sobre todo. El tipo era simpático y bastante del mismo estilo por lo que me llamó la atención y rápido empezamos a tener muchas cosas en común. Incluso habíamos estado en los mismos festivales o fiestas los últimos años y él conocía mi pueblo porque tenía algunos amigos que vivían por allí. Creo que ambos hicimos una investigación del otro al saber eso y poco después decidimos vernos.

Iba a ser una cita divertida porque aunque luego no hubiera feeling físicamente sabíamos que por lo menos nos lo íbamos a pasar bien. Lo recogí en la estación de tren, fuimos a la playa a dar una vuelta y acabamos en mi casa; recuerdo que no las tenía todas conmigo porque era bastante tímido y me daba palo lanzarme a saco. Estuvimos un rato en el sofá de cháchara con las cervecitas y el solecito, y al final se lanzó.

¡Uf! ¡Qué alegría más grande te da tener cero expectativas y que el coño acabe chorreando!

Fue de los pocos tíos que me he encontrado en una aplicación que piensa un poco en el placer de la otra persona. Se lo curró MUCHO y estaba tan atento, y yo estaba tan cachonda, que le vi candidato perfecto para proponerle sexo anal. Por como me había tratado hasta el momento, el preguntarme en todo momento y preocuparse por mí sabía iba a ir bien. Sí o sí.

¡Y tan bien!

Al ser su primera vez y por no dejar toda la responsabilidad en él, fui yo la que se puso encima y llevó un poco la batuta del momento. Él se lo había currado antes así que me tocaba a mí ahora. Y vaya, que con paciencia y comunicación todo se consigue, así que al poco ya le vi flipando en colores con los ojos en blanco y con tembleque en las piernas. Tardó poco en correrse y me dijo que continuara, que él aguantaba bien. ¡Qué cojones, me dije! Así que ahí estaba yo con todo mi flow del momento hasta que me corrí como una puta campeona. Después de la euforia momentánea noté que empezaba a estar hipermegalubricada, como mucho más de lo normal.

Ahí fue cuando vimos que me había cagado encima del gusto. No sabía ni que eso pudiera ocurrir, pensaba que era una expresión y ya. Pero sí: Me cagué.

La cara de los dos fue un puto cuadro… Tardamos cinco segundos en cruzar la casa y llegar al lavabo para ducharnos. Diría que nos lavamos con jabón como dos o tres veces entre “lo siento” y “¡no pasa nada tía!” y luego desinfectamos la bañera.

Al volver a la habitación muerta de la vergüenza y el asco, y cuando ya me disponía a vestirme y despedirme de él… Va y se tumba en la cama con una sonrisa.

¿Repetimos o qué?”, me dijo.

 

Moreiona