Me escondí en el armario, desnuda, con toda la Patrulla Canina mirándome

A ver por dónde empiezo porque la historia es de traca.

Tuve un rollete que vivía con su hermano, que a su vez tenía niños pequeños, lo que se traduce a que no había un solo rincón de la casa que no estuviera colonizado por una Peppa Pig, un Mickey Mouse y demás animales antropomórficos. El chico me gustaba lo suficiente como para enrollarnos, pero no tanto como para tener citas en el sentido estricto de la palabra. Si queréis llamarlo follamigo adelante, tampoco era mi amigo, como mucho colega con el que tomarte algo.

Llevaríamos en ese plan alrededor de un mes y pico cuando me dijo que se iba a quedar solo en casa todo el fin de semana porque su hermano, su cuñada y los niños se iban de puente. Genial, así cambiábamos de escenario y podríamos estar a nuestro rollo. Como yo tenía más planes ese finde, me dejé caer por allí el domingo al mediodía. Me llevó al que actualmente se había convertido en su cuarto que, por lo visto, solía ser una especie de habitación comodín. Era una mezcla entre despacho de los padres y sala de juegos para los críos. Y como tenía sofá cama, el chico se había instalado provisionalmente con ellos, ya que no atravesaba un bache profesional. 

En ese improvisado dormitorio estuvimos un buen rato dándole al tema, hasta el punto de que se nos fue el santo al cielo y acabamos pidiendo unas pizzas porque estábamos en las últimas. Como su hermano y compañía no llegaban hasta última hora de la tarde, me propuso quedar un rato más y acepté, porque la verdad es que aquel día teníamos un buen rollo increíble y me apetecía de verdad.

Después de recoger la mesa nos volvimos a encerrar en su cuarto y menos mal que así lo hicimos. Porque lo último que me podía esperar mientras me tenía a cuatro patas era escuchar las llaves, la puerta abriéndose, y el griterío de dos niños enfurruñados discutiendo sobre quién le había pegado primero a quién. SOCORRO. Ya no era solo el miedo de que un crío entrara en su sala de juegos, sino que este chico tenía un acuerdo bastante estricto con su hermano. Lo acogían de buen grado, pero no querían que trajera a nadie a casa y menos sin avisarlos primero. 

Del susto me la sacó tan rápido y tan brusco que me dolió y solté un pequeño “ay”. Me hizo gestos para que no hiciera ruido y arremolinó toda mi ropa en un montón. Me hizo señas para que me escondiera, y claro, la única opción viable era el armario empotrado. Cogí la ropa y me encerré. No me quise parar a vestirme por miedo a que entrara alguien y menos mal. 

Al momento entró el hermano de mal humor y le preguntó si podían hablar. Yo me acojoné porque pensé que se había dado cuenta y me moría de la vergüenza. Lo único bueno de aquello es que el armario era muy amplio, casi parecía que estuviera pensando para que los niños se metieran a jugar allí dentro, porque de hecho estaba repleto de peluches y juguetes (en especial de La Patrulla Canina). Encontré incluso un pequeño soporte en el que apoyarme para no estar de pie. Por el tacto deduje que me había sentado sobre un peluche.

Con los nervios perdí la noción del tiempo, pero pude estar cerca de media hora en pelotas rodeada de perritos inanimados mientras oía al hermano de mi rollete quejarse de la mujer, de los niños, del viaje de mierda que habían hecho, el hotel les había cobrado de más… No sé qué le pasaba a ese hombre, pero estaba amargado y tremenda la chapa que le estaba soltando al otro, no sé de qué guisa lo cogió, pero creo que vestido. Cada vez que podía lo interrumpía, supongo que quería desviar la conversación de tal manera que se fueran de allí y yo pudiera vestirme y salir de allí.

El hermano por fin dio por zanjado el momento Diario de Patricia y el chico me abrió el armario. Suerte que tenía un tipo de puerta con ranuritas por donde pasaba el aire y que no soy especialmente claustrofóbica. El chico me pidió disculpas con gestos y me hizo saber que había ganado algo de tiempo, pero no sabía de cuánto disponíamos para que me vistiera y me quitara de en medio. Suerte que su cuñada se metió en la ducha y el hermano estaba con los niños en la cocina cuando me sacó a hurtadillas y nadie se enteró de nada. 

Después de aquello no surgió de quedar más, supongo que se nos hacía bola después de cómo acabó el último encuentro. Hicimos bastantes cosas en la cama, pero manda huevos que en casa solo me senté en la cara de un Buzz Lightyear de peluche.

Ele Mandarina