Os juro que mi vida sexual es MUY aburrida, y cuando digo mucho es mucho. Y si de por sí mi chichi vive más mustio que Marco el día del padre, en cuarentena lo está todavía más.

Antes de nada, yo vivo sola. Sí, es un asco estar aislada con la única compañía de Disney+. De todos modos, intento tomármelo con optimismo, y en realidad pensaba que estos días iban a ser tranquilos, relajados e incluso positivos para mi salud mental. Mi plan era aprovechar para currar a tope, preparar algunos cursos y hacer yoga en casa. Vamos, lo normal. Pero hace cinco días me pasó algo que cambió mi manera de ver la cuarentena.

Mi madre es muy hipocondriaca. Es inevitable teniendo en cuenta que trabaja en un hospital y cada día ve decenas de personas con el coronavirus. Total, que ya en febrero empezó a darme la chapa para que me lavase bien las manos. No contenta con esto, me dijo que me comprase un gel desinfectante. Por tenerla contenta lo iba a hacer, pero estaban todos agotados. ¿La solución de mi madre? Hacerme uno yo solita.

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Me pasó la receta como si fuese un bizcocho y empecé a hacer mi propio gel hidroalcohólico.

Como yo soy muy pijeras y me gusta tener la casa como un catálogo de IKEA o una foto de Pinterest, decidí poner el gel hidroalcohólico de las narices en un bote bien bonito. Pasaron los días y sabéis quién usaba el gel: NADIE. Ahí estaba el pobre, muerto del asco en un cajón de la mesilla.

Pasaron las semanas y llegó la cuarentena. Empecé a teletrabajar y me olvidé que tenía el gel hidroalcohólico ahí tirado. Con usar guantes cada vez que salía (un par de veces para ir al supermercado y tirar la basura, tampoco os penséis que estoy todo el día de fiesta) y lavarme bien las manos iba que chutaba.

El caso es que un buen día me entraron ganas de relajarme. Me voy a dejar de eufemismos, quería masturbarme como si fuese Paco de Lucía tocando la guitarra. Iba a darme una buena alegría en el cuerpo.

No quería un dedillo estándar. Quería algo especial. Tumbarme en la cama, tomarme mi tiempo, acariciarme los pezones y disfrutar al máximo. Y vaya si lo hice…

Abrí mi mesilla y saqué mi juguete estrella: un pollón de plástico morado con ocho vibraciones. Y, como siempre, lo embadurné con lubricante para facilitar su entrada en mi cueva del amor.

Y ahí estaba yo, despatarrada metiéndome un juguete del tamaño de un brazo de gitano por el chumino escuchando a Lana del Rey de fondo.

Cierro los ojos, activo el modo 1 del cacharro y siento como si mi coño hubiese dado un sorbo a un vaso de vinagre.

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Saqué a toda leche el juguete y me di cuenta de que no era lubricante, amigas, era el puñetero gel hidroalcohólico. No os imagináis como tenía el coñete, de verdad os lo digo. Eso parecía la bandera de la Unión Soviética de lo rojo que estaba, y encima el escozor iba a peor.

¿Y qué fue lo que pasó? Pues que debí cargarme toda mi flora bacteriana vaginal porque a los dos días empecé a tener unos picores del copón. Tocó hacer una llamadita de rigor a la mami enfermera, contarle lo sucedido, dejar que se cachondeara un poco y comprar un par de pomadas en la farmacia.

Mi vagina ahora mismo está mejor, queridas, pero a mí me han entrado ganas de tirar el gel hidroalcohólico por la ventana porque conociéndome igual lo confundo con mi crema antiojeras, con el líquido de las lentillas o con edulcorante líquido.

 

Anónimo

 

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