[Texto reescrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]

 

A ver, ¿qué les pasa a los tíos con la felación? En serio, es obsesivo. Que a nosotras también nos gusta que nos practiquen sexo oral, pero no nos pasamos media vida pidiéndolo de forma tan insistente.

Es el porno, tiene que ser el porno y los vídeos de sexo callejero que se hacen virales, para el lamentable escarnio de sus protagonistas. Recuerdo uno en el que se veía a una chica pasándolo en grande en un festival de música. Tenía a dos tíos pegados, uno delante y otro detrás, y se notaba el calentón que llevaban los tres. El chico de delante se sacó su potra, se la mostró a la chica y ella no lo dudó un segundo: se metió todo el capullo en la boca y empezó a chupar.

Verán esos vídeos y verán porno y pensarán que a todas nos encanta lamer rabo. Pues tengo una mala noticia para vosotros, chicos: no es así. No conozco a ninguna mujer que esté deseando echar un polvo por cantar un ratito ante el micro, ya me entendéis.

Una felación te obliga a mantener la mandíbula en una posición antinatural durante muchos minutos. Llega a doler y es fácil sentir náuseas si nos animamos con algún movimiento tipo “garganta profunda”. Si hablamos de boca pequeña + pene grande, las arcadas están aseguradas.

Diría que, en la inmensa mayoría de los casos, la única razón por la que lo hacemos es por darle placer al otro. Esto, que parece una obviedad, ellos no lo tienen tan claro. Habrá alguna que disfrute, sí, pero, por lo que yo conozco, lo hacemos porque sabemos cuánto lo disfrutáis cuando se hace bien, no porque nos mole. De lo anterior podéis sacar una conclusión: si sois generosos, dispararéis las posibilidades de mamada.

pareja sexy en la cama
Pareja sexy en la cama

Sesión cancelada por no haber mamada

Ese podría ser el titular de una de mis citas. Habíamos quedado un par de veces y, la verdad, a mí me ponía muchísimo. Que también diría que es otro plus para incrementar las posibilidades de felación, que el tío te ponga, pero no es el único. Yo, al menos, necesito mi buen rato de toqueteo y de besos para animarme a bajar.

Estábamos metidos en faena en su habitación, pero pasó lo que tantas veces: que a él le entró la prisa. Estaba disfrutando los primeros lances del partido, pero él enseguida quiso ir al ataque sin que se dieran siquiera los pases de rigor en el centro del campo. Se agarró el miembro, me miró y me susurró: “Cómemela un poquito, ¿no?”.

Le dije que justo en aquel momento no me apetecía, y él se molestó. Y no porque estuviera supercachondo y tuviera ganas de que se la chupara, no. Enfadado por considerar que, simplemente, era algo que yo tenía que hacer y que iba a disfrutar. Como si eso de que se la chuparan en cada polvo fuera un derecho que yo le estaba negando porque sí.

En lugar de optar por las cientos de alternativas que existen, decidió tirar del argumentario habitual para intentar convencerme: que si era por corte que me relajara, que él también me lo iba a comer a mí, que sería solo un ratito y que no se iba a correr en mi boca.

Ni que decir tiene que a mí se me estaba bajando la libido como baja el puchero en la olla cuando le quitas fuego al hervir. Tanta insistencia me estaba haciendo sentir incómoda. Tengo muy claro que el sexo tiene que ser algo divertido, placentero y consensuado, así que me puse aún más seria para decirle que no insistiera más, que no y punto. Y va el tipo, se pone a bufar y me suelta: “Pues yo prefiero no seguir, tía”.

Como tengo más clase, más dignidad y más respeto que él, no me puse a exponerle los motivos por los que sí deberíamos continuar. No lo hubiera hecho ni aunque hubiera sentido el clítoris a punto de explotarme, pero menos aún con la chapa tan antimorbo que me ha había dado.

Me vestí y me largué sin decir nada más. Constaté que hay tíos con tanto ego como para renunciar a un polvo con una tía que les gusta, solo porque a ella no le apetece bajar al pilón en un momento determinado. Y, lo peor, tan cretinos como para no poder respetar los límites. Me estremezco al pensar en todas las que pasarán por el aro y terminarán haciendo algo que, en realidad, no querían hacer.

 

Anónimo

 

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