Si follar con mascarilla parecía surrealista, ahora tenemos una nueva secuela de todo esto.

Tengo un amigo con el que quedo de vez en cuando, sin ataduras, pero hacía semanas que no nos veíamos.

Tenemos esta ‘relación’ desde hace casi un año. Un día vamos al cine, otro paseamos por ahí y a veces nos pasamos la tarde dale que te pego.

Fue él el que me dijo de vernos y a mí también me apetecía, por lo que quedamos en su casa.

La verdad que le noté más raro que de costumbre. No me dio un beso al verme, evitaba tocarme y estaba en la otra del sofá mientras nos tomábamos unas cervecitas.

Yo estaba todo el rato pensado que, si habíamos quedado para comernos vivos, por qué narices ni me rozaba. Así que me lancé yo y empecé a comerle la boca. No dijo ni pío, me siguió el rollo y cada vez íbamos calentando más el ambiente.

Llegó un momento que la cosa pintaba a que iba a ir a más, yo ya estaba medio despelotada y mi siguiente intención era comérmela doblada. De repente se puso super serio y me apartó y me dijo: ‘Estás vacunada, ¿verdad?’

Juro que no me esperaba esa pregunta. Asentí con la cabeza, pero no era suficiente para él.

¿Tienes ya la tercera dosis?’ Ahí tuve que decir que no con la cabeza porque era cierto, pero acto seguido me dijo: ‘¿me puedes enseñar tu certificado COVID?’

Imagina la estampa: yo con las tetas fuera, el pintalabios ni se sabe dónde, el pantalón desabrochado y solo con una bota en busca de mi bolso que estaba en la entrada para coger el móvil y enseñarle al señorito el certificado COVID.

Solo le faltó la aplicación para verificar que era yo y que le mostrase le DNI. Mi cara era un poema y sin córtame ni un pelo le pedí el suyo. ¡Aquí somos todos iguales!

Me lo enseñó y acto seguido se retumbó en el sofá, se bajó los pantalones y me dijo: ‘ya puedes’.

Otra cosa no, pero yo soy muy digna, así que me fui porque no me sentó nada bien que no me comentase que estuviera rallado. Entiendo que cada uno hace su vida y sabe si se cuida o no, pero me sentí como una cualquiera.

Entiendo que eso lo hagas una tía que acabas de conocer y no sabes de qué pie cojea, pero a mí ya me conocía de sobra y hablamos de todo con normalidad. A veces pienso que igual estaba así porque alguna sorpresita se había llevado, pero me lo podría haber contado a modo de anécdota, pedirme el certificado y ya de ahí pasar a la juerga. Quizás así no me hubiera molestado tanto.

Ha estado escribiéndome, pero he pasado bastante de él. Creo que necesito que me enseñe antes su certificado de no imbécil antes de volver a vernos.

 

Anónimo

 

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