Como la semana pasada me encontré 80 € en la calle, me invitaron a cenar y me dejaron colarme en el súper, ésta que entraba debía partirme una pierna. Era el Karma. Además se había quedado una mañana estupenda para salir a la calle sin bragas. Algo malo estaba a punto de suceder. A pesar de todo reté a las leyes de la naturaleza humana quedando con un match del Tinder porque me sentía poderosa y mazo sexy. Creerse sexy en Tinder es como ir a la cárcel en el Monopoly, pero de sueños también se vive.
Mi match era un malotillo. Uno con sonrisa de Casanova que podría haber sido pretendiente de Mujeres, Hombres y ViceBershka, con una tableta donde se podría hacer la colada y tatuajes del estilo «Un viaje de mil kilómetros comienza con un sólo paso«, «Si puedes soñarlo, puedes lograrlo» o «Vallecas forever» (sin duda el último el mejor). Con tatuajes tan largos probablemente iría tatuado hasta el culo, cosa que no me desagradaba para nada.
Quedamos en un bar para tomar unos cocktailes y la verdad es que cuando lo vi me quedé un poco a cuadros. Iba con una gabardina de leopardo y un sombrero borsalino. Pero a ver, cari. Yo lo siento, pero no puedes llevar sombrero borsalino si no eres Indiana Jones o Bruno Mars. Que eres de Vallecas, tío. Por suerte al entrar dentro del bar se quitó el sombrero y la gabardina y volví a ver al malotillo de cuerpo escultural.
– La verdad es que vi tus fotos y me encantaste Lola.
– ¿Cómo…?
– Digo que me encantaste
– Ya ya. Pero me llamo Julieta, no Lola.
– Ahh, sí perdona es que me recuerdas a alguien.
¿Le recordaba a alguien o es que tenía a tantas en la cantera que no se sabía ni los nombres de las tías con las que quedaba? El malotillo era raro porque parecía super encantado de conocerme y parecía gustarle muchísimo, pero lo de Lola me había dejado mosqueada así que lo mismo era un seductor nato. De todos modos después de 3 Sex on the beach como si me llamaba Gumersinda, también os lo digo.
De ahí nos dirigimos a su casa metiéndonos mano debajo de cada farola y mis bragas estaban ya en Cuenca. En el ascensor me iba comiendo el cuello y al entrar por la puerta de su casa lo único que quería era ver ese cuerpo con frases de Paulo Coelho y Vallecas Libre.
A medida que la ropa iba cayendo aparecían nuevos tatuajes: letras chinas por el pecho, un martillo de Thor en el brazo, alas en la espalda. Ni al David de Miguel Ángel lo habían esculpido tanto. Pantalones fuera que dejaban al descubierto un dragón y unas flores en forma de enredadera por las piernas.
Y finalmente los boxers. De tamaño el cimbrel no estaba mal pero todavía estaba poco morcillona. A pesar de todo iba tomando buena forma. Me fijé además que tenía tatuado un LOL en la polla. Definitivamente el tío estaba colgadillo. Pero tras tocársela un rato vino la sorpresa definitiva. Porque la polla erecta descubrió lo que no veía entre los pliegues al estar morcillona y es que no ponía LOL. Ponía LOLA.
Me cago en mi puta madre.
– Pero y esto….?
– Lola es mi ex…
ESTÁS DE PUTA COÑA. Que no se había puesto Rocky, no. Se había tatuado el nombre de su ex en la polla. ¿Por eso me llamaba Lola? ¿Le recordaba yo a su ex? ¿Por qué alguien se tatúa el nombre de otra persona en su rabo? ¿Tócala otra vez, Sam Lola? La única explicación es que sus abuelos veraneasen en Chernobyl…
Os parecerá una parida pero me quedé petrificada sin saber cómo gestionarlo. ¿Se estaba acostando conmigo porque le recordaba a su ex? Joder, tenía la sensación de que conectaríamos bien, no como mis articulaciones, pero como siempre dejé al Karma de lado. Esto sólo lo arreglo con un Lorazepam antes de meterme en cama… Y no podía comerme su rabo. No podía comerme a Lola. Porque me imaginaba a la otra Lola haciéndoselo antes y dejando las babas de Lola sobre la minilola.
– ¿Te pasa algo?
– Lo siento. No eres tú. Es tu pene.
A la vida le faltaba un Ctrl+Z

Autora: La Julieta del Tinder

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