No era la primera vez que quedaba con Héctor y tampoco era la primera vez que íbamos a acabar con una sesión loca de sexo. Yo esperaba que no fuera la última vez ni de una ni de la otra.

Para la ocasión estrené un conjunto de ropa interior color negro que me había comprado aquella misma semana con intención de volverlo loco al abrir el vestido camisero que llevaba encima. El conjunto estaba compuesto por un sujetador balconet que me subíanç las tetas casi cinco centímetros y que al sentarme me oprimía hasta el esternón y me las subía mínimo un centímetro más. Las bragas eran tipo hipsters y al igual que el sujetador estaban hechas con tela de tul bordada de color negro e iban a juego con un liguero. Era la primera vez que me ponía un liguero y aquello me hizo sentir poderosa, subida en mis tacones de 8 centímetros e intentando que no se me notara que andaba como un pato cuando salí del portal de mi casa y me dirigí al coche de Héctor. 

Con intención de subir de tono aquella noche desde primera hora me subí disimuladamente el vestido por el muslo izquierdo hasta dejar ver una de las tiras del liguero, y os aseguró que el tono no fue lo único que subió en aquel coche. La cena fue rápida, decidimos pasar de cafés y postres ya que lo que nos apetecía era tenernos el uno al otro.

Camino a su casa fue Héctor quien decidió subirme el vestido cada vez que parábamos en un semáforo para meter su mano entre mis piernas así que cuando entramos por la puerta el ambiente estaba más que caldeado.

  • Moría por verte sin vestido desde que te has subido al coche. – me dijo nada más hacer caer el vestido a mis pies.

Y allí estaba yo, delante de él en ropa interior, liguero incluido y taconazos. No sé si en ese momento era una diosa del sexo pero yo sí que me sentía así y como buena empotradora que me creo a veces, decidí llevar yo la voz cantante.

Le hice ponerse de rodillas y besarme desde los pies hasta el ombligo y volver a bajar para besarme encima de las bragas mientras llevé sus manos a mis nalgas. Los besos dieron paso a los mordiscos y sin más decidí desnudarlo y desnudarme casi por completo. Vestida únicamente con las bragas y volviéndome a poner los tacones tras quitarme las medias me apoyé en el respaldo del sofá, tras más besos y tocarnos Héctor me bajó las braguitas desde atrás y empezó a bajar hacia abajo.

“Cómo me gustas” me dijo en un par de ocasiones, “me pones a mil” siguió y de repente dijo un “¿qué tienes aquí?” con un tono entre estupor y sorpresa.

Yo me giré de repente y vi que tenía algo en la palma de su mano y en ese mismo momento quise morir, deseé que se abriera el suelo y me tragara. Deseé que explotara una bomba nuclear, desee que Héctor sufriera un desmayo repentino y que cuando despertara sufriera de amnesia… todo aquello y mucho más desee en menos de 5 segundos. Porque lo que Héctor tenía en la palma de su mano era una bolita de papel del wc que había sacado de entre mis nalgas, manchada de mierda. 

Os pongo en contexto. A mitad de cena a mi me dio un apretón y tuve que ir al lavabo y sabiendo lo que venía después quise dejarme bien limpita. Supongo que con la fuerza con la que me pasé el papel se tuvo que desprender un trozo y quedarse allí hecho una bolita.

Como imaginaréis después de aquella noche siempre llevo un paquetito de toallitas para wc en el bolso y siempre compruebo que no haya ninguna infiltrada en mi trasero.

¿Y qué pasó con Héctor? Pues aquella noche poco más la verdad, la vergüenza pudo más que cualquier otra cosa y eso que él pobre lo intentó. Sólo os diré que a día de hoy hay noches que antes de bajarme las bragas me pregunta si vamos a ser dos o tres en la cama.

 

Alma Caro