¿Qué tendrán los camareros? Sobre todo, los de pub o discoteca. Ah, y los de chiringuito, mis favoritos.

Será la actitud, las luces, el verano, el alcohol, la noche… No lo sé. Pero a mí no hay nada que me ponga más burra que un camarero picarón y el correspondiente tonteo barra mediante.

Es superior a mí.

De hecho, calculo que de todos los ligues de la noche y de veraneo que he tenido a lo largo de mi vida, aproximadamente un 75 % eran camareros.

Ay, qué recuerdos.

Con esto del Covid estoy como el ‘probe Migué’, que hace mucho tiempo que no salimos y lo echo mucho de menos.

Aunque no tanto si me quedo con el último recuerdo que tengo de mis noches de juerga y sexo ocasional… pues con el último camarero de mi lista de conquistas personal, la experiencia no fue, digamos, satisfactoria.

Fue el fin de semana de los carnavales.

Mis amigas y yo salimos a darlo todo disfrazadas de las Spice Girls y a mí me había tocado Geri Halliwell.

Al final de la noche terminamos en uno de nuestros locales habituales, aquel en el que trabajaba el camarero más buenorro de la ciudad y con el que llevaba meses pelando la pava.

Me había dado un plazo, o conseguía algo con él antes de mediados de año o abandonaba la misión. Mi cartera y mi hígado me lo iban a agradecer.

Sin embargo, ese día tenía un pálpito: aquella iba a ser mi gran noche.

Fui a saco a por él, vestida de la gran Geri no se me iba a poder resistir más.

Y, efectivamente, no lo hizo. Ya fuera por mi look guarri-sepsi o fruto de todo el trabajo realizado anteriormente, el camarero que me ponía loca la pepita estaba receptivo y más que lanzado.

Mi disfraz, o la propia insistencia, habían desbloqueado un logro o algo. Por primera vez en mucho tiempo no se limitó a seguirme el rollo, sino que a la primera consumición me dijo si nos dejábamos de tonterías y pasábamos a la acción.

Hoooooooombre, no lo dudes.

Yo por mí hubiéramos ido al almacén un momentito y ya, que soy de las que prefiere calidad a cantidad y de las de lo bueno, si breve, pues eso.

En cambio, él me pidió que le esperara al cierre. Y yo, aún cansada y con los pies doloridos dentro de las plataformas, accedí sin problema.

Así que convencí a mis amigas para que se quedaran conmigo hasta la hora de cerrar y bebí y bailé contando los minutos e imaginando el polvazo épico que estaba a punto de echar mientras intercambiaba miradas cargadas de lascivia con el barman cañón.

No sabía de qué palo iba a ir él, pero mi cuerpo no necesitaba más preliminares.

Le esperé en un portal en frente del pub y casi aplaudo de la emoción cuando lo vi salir en cuanto cerraron las puertas.

Nos dimos un magreo glorioso ya en el portal y sin mediar palabra.

Creí que combustionaba allí mismo antes de hacer nada serio.

Se nos cortó un poco el rollo cuando pasaron por al lado dos chavales a los que les debió de hacer gracia nuestra efusividad, por lo que le cogí de la mano y le arrastré calle abajo. Mi casa pillaba lejos pero mi oficina estaba al lado y gracias al cielo llevaba las llaves en el mismo llavero.

Mira, nunca le había dado ese uso y casi fue otro sueño cumplido eso de montármelo con alguien en la mesa de trabajo.

Una lástima el resultado…

Porque apenas si llevábamos unos minutos en la oficina cuando me eché de espaldas en la mesa de reuniones, se puso un condón y empezó a percutir con fruición.

En menos tiempo del que habíamos estado morreándonos en el portal el tipo se corrió, huyó y sin orgasmo me dejó.

Yo ya no sé si ese es su modus operandi habitual o si se fue de esa forma avergonzado por su poco aguante o qué.

Pero el caso es que ni mu fui capaz de decirle cuando vi que se subía los pantalones y se piraba. Me quedé loca, apoyada sobre los codos en mitad de la mesa en la que el lunes tendría una reunión, despatarrada, con las bragas colgando de un tobillo, una teta fuera del top, un calentón del quince y muy, pero que muy insatisfecha.

Qué tío maleducado. En cuanto se me pasase el mosqueo pensaba ir a pedirle explicaciones, cuando me cabreaba se me iba la olla y hacía cosas que era mejor evitar.

Poco después vino el estado de alarma y todo lo demás, por lo que no le volví a ver.

Y casi que mejor, a estas alturas ya prefiero quedarme con la duda y no pasar por el mal rato de encararnos de nuevo tras el fiasco de Carnaval.

Será por peces en el mar. ¡Y por camareros en los bares!

 

La Geri 😉

 

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