A mi las apps de ligar me han dado la vida. Como gordibuena tímida, siempre he sido incapaz de ligar en un bar. Y quien dice bar dice cualquier sitio que fuera cara a cara. Me pongo blanca del susto, me entra el tembleque y sobre todo, siempre pienso que en realidad nadie quiere ligar conmigo, que solo se me acercan para que les presente a mi amiga.

Así que desde que las Apps de ligar/folleteo ya no se consideran algo para frikis, soy la reina de la pista (o del móvil, según se mire). No sé con cuantos tíos he quedado estos últimos años, pero que pasan de la treintena eso seguro. Tengo muchas citas para el recuerdo, pero lo que os voy a contar merecía ver la luz en WeLoversize.

Quedé con Pedro (os podéis imaginar que no se llama Pedro, pero qué más dará) por segunda vez, tras una primera cita cuqui con muchas cervezas pero cero acercamientos. Se ve que él era tan tímido como yo, y a los dos nos costó entrar en materia. Pero cuando me propuso una segunda cita supe que le había gustado y me vine un poco arriba. En vez de vestido me atreví un MINI vestido, y como el calor empezaba a apretar, se me ocurrió la maravillosa idea de ir sin medias. 

Estaba tan ilusionada con verle que se me olvidó lo mucho que se quieren mis muslos, y a Pedro no se le ocurrió otra cosa que ir a pasear por el Retiro para conocernos más. Llegué sudando por las prisas, y a la media hora de paseo me di cuenta de que la fricción comenzaba a causar estragos y mis muslos lanzaban la señal de alarma. Podría haber sido sincera y decirle: ‘mira hijo, que a las gordas nos rozan los jamones y ahora mismo me estoy muriendo, ¿podemos sentarnos?’, pero lo cierto es que mi timidez me lo impidió y me hice la valiente.

Caminamos un rato más y cuando por fin nos sentamos a tomar algo fue como entrar en el cielo. Aproveché el parón para ir al baño y tratar de solventar el asunto, pero mis jamoncitos empezaban a estar en carne viva del roce y ya no había marcha atrás. Por supuesto, no me había llevado ni crema, ni desodorante ni nada con lo que aliviar el ‘caloret’ de mis muslos. Solo me quedaba hacerme la digna e intentar aguantar… ¡con lo que me gustaba el chico no me iba a ir a casa!

Tres cañas más tarde al fin me besó y se me olvidó por un momento que yo tenía unas Fallas montadas entre los muslos. Qué bien besaba el condenado, qué majo Pedro a pesar de sus paseos.

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La cosa pasó a mayores con un magreo adolescente de esos que le suben la autoestima a cualquiera. Me sentía la reina del lugar, la más sexy, la más poderosa.

Entonces nos levantamos para ir a su casa a finalizar la jugada y recordé que tenía la entrepierna en carne viva pero para aquel entonces ya no podía disimular el dolor. Por un momento pensé que Pedro no se daría cuenta de mis andares de cowboy, pero qué ingenuidad la mía…

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Yo intentando que no me rocen los muslos

Adiós dignidad. Intentar caminar con las piernas abiertas y parecerle sexy a alguien son dos cosas imposibles de hacer a la vez. Y aunque él solo me miraba extrañado y no dijo nada, el morbo de la situación se esfumó y en vez de ir los dos a su casa, busqué una excusa barata y me fui corriendo a la mía.

Pero eh, días más tarde logré reunir el valor de contarle la verdad de lo sucedido. Y Pedro además de amante de los paseos es un tío majete que no solo entendió la situación sino que me invitó a salir de nuevo. Y sí, llevé pantalones y acabamos en su casa… ¡a la tercera va la vencida!

Anónimo