Hoy vengo a contaros uno de los follodramas más vergonzosos de mi vida. Ahora lo recuerdo y me río, pero en ese momento lo pasé fatal.

Todo sucedió hace un par de años. En ese momento yo estaba a tope con un chico que conocí en Tinder que era un auténtico empotrador. De esos que te hacen poner los ojos en blanco y con los que disfrutas en la cama de una forma bestial. No teníamos nada serio porque ninguno de los dos estaba por la labor, pero eso no significa que no lo pasáramos muy bien juntos.

En esa época, para Navidades, me regalaron la típica caja Smartbox para una escapada de fin de semana. Y como en ese momento no tenía pareja y ninguna amiga estaba disponible, le planteé a Juan (Llamémosle así),  irnos un fin de semana de sexo salvaje a un hotelito rural. Con ese ofertón no pudo resistirse, así que nos fuimos un sábado por la mañana tranquilamente.

Cuando llegamos el hotel y la habitación eran una preciosidad. Y para más inri, la cama tenía un cabecero de estos de barrotes de hierro que son ideales para jugar a atar a tu pareja a la cama. O al menos eso me parecía a mí cuando lo vi, porque nada más entrar por la habitación, yo ya estaba con la ropa por los suelos, el chichi encharcado y suplicando a Juan que me atara a la cama y me empotrara como sólo él sabía hacerlo.

Que empiece lo bueno

Pues bien, estábamos los dos tan concentrados disfrutando como nunca, que no nos dimos cuenta de que con tanto empuje, mi cabeza se coló entre los barrotes de la cenefa del cabecero de la cama. ¿Qué pasó? Pues que cuando decidí que quería cabalgar un rato, me encontré que no había manera de sacar la cabeza.  No os podéis imaginar mi cara y la de Juan. Él al principio pensó que estaba de broma, pero cuando me vio empezar a sollozar, ya empezó a tomárselo en serio.

Intentamos sacar la cabeza con aceites, jabones y todo lo que encontramos, pero al ser el cabecero de hierro me dolía horrores. A parte, tanto empuje y tanto tirar, me había inflamado la cabeza, así que no había manera. Ante esa situación, no nos quedó más remedio que solicitar ayuda a recepción. Os podéis imaginar el panorama que se encontró la pobre chica que subió a ayudarnos. Una mujer a medio vestir (Por lo menos Juan había conseguido ponerme algo de ropa), repantigada en la cama, con la cabeza inmovilizada y sollozando sin parar.

Tierra trágame

Finalmente tuvimos que acabar llamando a los bomberos que tuvieron que cortar un trozo del cabecero de la cama para poder liberarme, ya que me estaba presionando tanto la cabeza que me estaba empezando a marear.  De esa guisa me llevaron a urgencias, donde finalmente, consiguieron sacarme el cabecero completo. Os podéis imaginar mi entrada al hospital. Una mujer en silla de ruedas con medio cabecero en la cabeza.

Juan por suerte estuvo conmigo en todo momento intentando calmar mis nervios y me ayudó a pagar los daños ocasionados al hotel (Sí, tuvimos que pagar el cabecero). Pero desde ese día, odio a muerte las camas con cabeceros de barrotes de hierro.

 

Anónimo