Una de las cosas que más pereza me daba de ser madre era tener que formar parte de los grupos de whatsapp de madres y padres del cole. Ahora que soy madre y pertenezco a esos grupos, me doy a mí misma la razón: qué pereza. Qué empeño en usar el grupo para enviar chorradas, vídeos virales, avisos de estafas en las que no caería ni mi abuela de 99 años… En fin. Encima no puedes tenerlo silenciado porque corres el riesgo de marginar a tu hijo o hija del resto de la clase, y eso ya son palabras mayores, claro. Así que llevo tres años comiéndome el insoportable grupo de whatsapp de la clase de mi hijo, en el que, para colmo, está mi ex, por ser el padre de la criatura, obviamente. 

Mentiría si dijera que no me he sentado a mirar, una a una, las fotos de perfil de todos y cada uno de los integrantes de este grupo. Se conoce mucho a una persona por su foto de perfil. Seguirles en instagram me parecería demasiado, pero examinarles la foto de perfil, qué menos. Divisé a Jaime en mi primera pasada por las fotos de perfil; era un tío que no había abierto la boca más que, como yo, para lo estrictamente necesario, y que aparecía en la foto de perfil guapísimo y abrazado a un perro. No sabía quién era su hijo, pero preferí quedarme con la duda, porque temía que si le preguntaba algo al mío, luego se lo soltara descaradamente al aludido o aludida, y no quería yo líos. 

Introduzco ahora otro tema muy de moda en los colegios, que es el intercambio de cartas Pokemon, y las cantidades de dinero que destinan muchas madres y padres a comprar cartas Pokemon. Bien, pues en este sentido nosotros hemos batidos récords. No quiero saber el dinero que hemos gastado entre su padre y yo en cartas pokemon. Y cualquier persona que controle del tema, sabrá que hay una versión de cartas Pokemon que es la original y auténtica, y otras versiones que son falsas y que suelen vender en los bazares chinos. Las originales se cotizan, se venden y puedes sacarles pasta. Esa es mi única esperanza cada vez que veo cuánto dinero se va en esta tontería. Las otras, las falsas, obviamente no valen para nada en el mercado Pokemon. Yo le dije a mi hijo que jugara e intercambiara solo las falsas, las del chino. Que las otras las tendríamos en casa para coleccionar (la parte de vendérselas al mejor postor vendría después), y que no queríamos perderlas en el patio del colegio. Me dijo que vale, me dijo que lo tenía claro. 

A las dos semanas, como mucho, de esta conversación, me viene el crío llorando, porque una niña de su clase le ha hecho un cambio de cartas pokemon del cual él ha salido absolutamente desfavorecido. Cuando me explica la transacción Pokemista, compruebo que ha cometido la locura de regalar cartas buenas a cambio de malas. No lo entiendo, le interrogo, le intento hacer entrar en razón, que es mucho dinero, que ya hablamos de esto mismo, él empieza a llorar, yo me tranquilizo, le tranquilizo, y le pregunto a ver quién es la mamá de esta niña, para poder hablar con ella, a ver si podemos solucionarlo. Me dice que la mamá no sabe, pero su papá es Jaime. 

Cogí el teléfono un poco tensa, y le llamé. Tenía un vozarrón que terminó de ponerme nerviosa, pero le conté lo que había pasado, y él fue super simpático. Que no me preocupara por nada, que eso lo arreglábamos esa misma tarde, y quedamos en una cafetería con los críos. Allá que fuimos, no sé quién iba más histérico, si mi hijo o yo, pero nada, fue una merienda super agradable, solucionamos el asunto de las cartas, y nos fuimos a casa.

Durante la conversación, Jaime había dejado caer que estaba también divorciado, así que yo no pude quitármelo de la cabeza en unos días. Si no hubiera pertenecido al círculo del cole de mi hijo, seguro que habría dado algún paso, pero esa circunstancia me echaba para atrás. Pero por lo visto, a él no. Había pasado una semana desde la cafetería, cuando recibí un mensaje en el que me preguntaba a ver si me apetecía tomar otro café con él, pero esta vez solos. 

El resto de la historia ya es como muchas, supongo; llevamos unos meses juntos y no puedo ser más feliz. 

 

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora

 

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