Voy a empezar este post en modo abuela cebolleta, pero todas tenemos una dentro (y es muy sabia). Recién estrenada la treintena, ya he recopilado una serie de grandes consejos de la vida: 1) si tienes un pantalón rojo, conviene ponerlo en remojo antes de meterlo en la lavadora. Al menos si no quieres que teñir de un rosado irregular a todo tu fondo de armario; 2)mi madre SIEMPRE tiene razón. Qué le vamos a hacer, es así; y 3) a veces, romper con tu primer amor, puede ser lo mejor que te haya pasado en la vida.
Qué si, qué sí, ya se yo que ahora estarás renegando mientras lees esto (con movimiento de cabeza incluído) y pensarás que soy una jodida resentida que no sabe lo que dice. A mi también me pasó. Todos los puñeteros consejos que me daba la gente (que me quería) me parecían putos lugares comunes que no aliviaban una mierda mi desazón. Seguro que tú también has escuchado eso de que «el tiempo lo cura todo», «él no te merece», «ahora tienes barra libre», «se veía venir», «una mancha de morita con otra se quita», «de todo se aprende» y el también muy célebre «encontrarás a otro mejor». Cada vez que alguien (con su mejor intención) te dice una de estas frases, muere un gatito en el mundo. O lo que es peor, te dan ganas de provocar tú misma una masacre (aunque no de mininos, precisamente). Lo que detiene tus ansias homicidas es que no tienes ganas, ni de eso.
Sé todo esto porque yo también lo pensé un tiempo…. Y al final resulta que todos tenían razón. En ese momento tu mente es una especie de ovillo de lana enredado en el que parece imposible sacar nada en claro. Necesitas que pase la primera parte de la hecatombe para poder ver algún cabo (aunque sea solo uno) para empezar a tirar y deshacer los nudos.
Mi pequeño-gran drama personal fue en 2006. Siempre digo que aquel año marcó un antes y un después en mi vida. Fue como si hubiese llevado todos estos años una especie de antifaz nocturno que no dejaba pasar la luz. De pronto, pasó toda de golpe… y eso, a veces, no mola nada. La verdad duele. Por lo menos, en principio… Luego haces cosas muy útiles con ella: te hace fuerte, valiente y libre de mentiras ajenas.
Esto, así por escrito y ahora, queda como muy integro, ¿no? Pero lo cierto es que fui un «deshechillo» durante un tiempo. Si hubiese sido protagonista de mi propio Show de Truman, la audiencia hubiese abandonado en masa el reality. La noche después del «crash» me desperté pensando que había sido una pesadilla y, cuando me dí cuenta de que no, me refugié debajo de las sábanas. Así me quedé durante días. No quería ver a nadie, no cogía el teléfono y las horas pasaban lentas como en una especie de reloj de arena que se hubiese quedado trabado. No tenía ningún interés por superar el tango. Esa es la primera fase.
Porque esto va por etapas. Lo juro. Cuando por fin algo te arranca de la cama o aceptas que por mucho que tengas un colchón de látex envolvente, no te protegerá del dolor; superas la parálisis de tu culo y lo trasladas a casa de tu mejor amiga antes de que te salgan escaras. Yo me recuerdo llorando durante tres horas seguidas, con velas de mocos incluídas -soy muy dramática, lo sé-. En esos días, más de una y más de dos hubiera merecido un Nobel de la Concordia por la paciencia que me echó… Lo bueno, es que las lágrimas cansan tanto, que te quedas mejor que si te hubieses tomado un myolastán. Dócil como un corderito.
Es ahí donde empiezas a tragarte en comandita todas las películas románticas de la historia de la humanidad y aceptas todos los libros de autoayuda que te pasan, por más gilipollescos que sean sus títulos: ‘Sopa de pollo para el alma’, ‘El secreto del amor’, ‘El príncipe azul que dio calabazas a la princesa’, ‘Cambio príncipe por lobo feroz’… [Lo peor es que todos son títulos reales y, creedme, me los he leído].
El mejor consejo que os puedo dar es que NO LO HAGÁIS. De verdad, hay tanta literatura buena en el mundo, que no podremos leerla en toda una vida. No os hagáis eso a vosotras mismas. Es un intento premeditado de hundirte más en tu mierda. Eso, y escuchar canciones tipo Amaral. ¿Quién coño cree que se puede superar una ruptura con mensajes del tipo ‘Sin tí no soy nada’? ¡Venga ya, hombre!.
Lo que sucede después de esto es que has comido tanto helado del Häagen Dazs que la primera vez que te atreves a subirte a la báscula te encuentras con el terror. No sé si esta fase es universal, pero a mi me dió por comer una manzana al día durante un mes. De desequilibrada total, lo sé. Mi autoestima estaba hecha trizas y pensaba que si me convertía en una Barbie SuperStar el mundo sería «más amable, más humano, menos raro», como dicen los de La Cabra Mecánica. Una acaba aprendiendo que lo único que aliviará el tiro es aprender a quererse a una misma, pero joder si cuesta… El mejor camino que encontré yo para conseguirlo fue escuchar a las personas que (sin lazos de sangre de por medio) habían conseguido ver mis cosas buenas antes que yo misma : mis amigas (again).
Entré en una espiral discotequera con Jäger y absenta. Nunca tuve vocación alcohólica, ni siquiera en esa fase, pero me pega bien. Recuerdo a más de un gusano miserable metiéndo cuello de madrugada y aquello, no me preguntéis por qué, en vez de animarme me hacía sentir al nivel de la carroña para los buitres. ¿Para eso había quedado? Yo quería aspirar al gran amor, que al besar a un chico sonasen violines, como dice la Streisand en ‘El Amor tiene dos caras’. Insisto en que las comedias románticas tienen la culpa de muchas de nuestras grandes expectativas. Una acaba por convertirse en una cínica, saca la catana y empieza a dar speeches a quien quiera escucharlos -y a quien no, también- con frases grandilocuentes como que «el amor no existe» o que «todos los hombres son iguales». Quieres decirle al mundo que estás de vuelta de todo y, de paso, a ver si te lo crees tú.
En el camino, quedan cadáveres. Y esto es, de todo, lo único de lo que me arrepiento del proceso. Hubo un par de chicos que quizás quisieron algo auténtico de mi, pero yo no estaba preparada. Muchas veces el ‘no sos vos, soy yo’ es real. Tienes tanto miedo de que te hagan daño, que estás todo el tiempo a la defensiva y actúas como si la cosa no fuera contigo. Al final, acabas haciendo a otro el mismo agujero que te dejaron a ti y eso, si tienes corazoncito, te deja culpa.
A mi me gusta pensar que no era mi momento. Creo de verdad que hay gente que, si hubiese llegado a tu vida en otro momento, quizás hubiese cuajado… o quizás no. Eso del destino me tiene idiotizada. Estoy obsesionada con que hay una plan del universo que lleva a cada uno de nosotros a ese momento perfecto en el que todas las piezas encajan. Así soy, romántica sin sentido.
Y a lo mejor he conseguido quedarme anclada en ese reducto de inocencia y última esperanza, porque para mí así fue. Un día, no sé bien cómo ni por qué, la angustia se me fue del pecho. Dejé de vivir pegada a mi messenger (la versión actualizada sería Whatsapp, supongo) y entendí que esas conversaciones destructivas que duraban horas no podían acabar en una reconciliación mágica y, si lo hacían, no volvería a nada saludable para mí. Empecé a entender que yo no era ‘la gran equivocación’ de nadie, que no era ningún saldo ni me merecía esos ataques de cobra asesina. Reconozco que hubo un tiempo en el que pensé que mi ex era un mierda cruel, machista y acomplejado que merecía pasar la cuarentena en una esquina donde reflexionar sobre sus vómitos de bilis…. peeeero hasta eso se pasa.
Puede que él fuese una mala persona, o puede que no. Lo más seguro es que no hubiera ninguna vileza en aquel chico, simplemente, no éramos el uno para el otro. Cuando tienes 15 o incluso 20 años (en mi caso), tus hormonas y la ferocidad de tus sentimientos son lo suficientemente fuertes como para mantenerte unida durante un lustro a tu antagonista, si hace falta. Él quería una mujer que le esperase en casa con la comida hecha, yo deseaba ser una corresponsal de guerra. A mi me encantaba leer a Gabriel García Márquez y él prefería darse a ‘Crónicas Marcianas’. Le gustaban las rubias muy delgadas, yo era una morena de caderas rotuntas. No es que lo hiciese mal (él o yo). Por mucho que me diese al rubio de bote o me atiborrase a pastillas Allí, no iba a convertirme en otra persona. Sobre todo, por dentro.
Hoy le agradezco -de corazón- que me dejase. Tardé alrededor de un año y medio en recopilar fuerzas para emprender una vida nueva pero, cuando lo hice, fue con la certeza de que iba a darle una oportunidad a mis sueños. Todas nos debemos eso.
Me regalé un periodo precioso de cuatro años sin pareja. Necesitaba encontrarme a mi misma, sin fingir, sin hacerme la heroina o forzarme a hacer una vida nocturna acelerada. En ese tiempo, me fuí un verano a trabajar a Canadá; comencé un doctorado; encontré mi primer empleo en un periódico sin que me pagasen en negro; me mudé a Madrid; hice un máster muy importante para mi y, allí, encontré al amor de mi vida. Es así. Hoy vivimos juntos y hace casi cuatro años que comenzó nuestra aventura. Ahora sé lo que es tener a alguien a tu lado, en lo bueno y en lo malo.
Estoy segura de que si tengo esto ahora no es sólo porque mi chico sea estupendo -que también-, sino porque yo también he madurado y busco cosas diferentes en una relación. Ese otro topicazo que promete que «somos la suma de nuestras historias», también es cierto. Sin haber pasado antes por aquella relación y por la posterior ruptura, a lo mejor sería diferente a día de hoy. Lo mismo aquello tenía que pasar para que me atreviese a salir del cascarón y los acontecimientos me colocasen del lado de mi compañero. Y puedo asegurar que esto pasa siempre cuando menos te lo esperas, cuando menos lo buscas.
Nunca sabrás lo que está por llegar después de una ruptura de pareja. Si te das tu tiempo, puede ser una ‘crisistunidad’, como diría Hommer Simpson. A Mark Zuckerberg le dió con la suya para montarse Facebook, no digo más… Tampoco se trata de ponerse chula y ver tu corazón roto como un trampolín. Sólo quiero decir que, aunque no quieras, por suerte el mundo sigue girando después de que te hagan daño. El primer amor siempre escuece un poco de vez en cuando, como un hueso roto con los cambios de tiempo, pero mereces darte nuevas oportunidades. Una, dos, catorce…. Hasta que llegue la que tu consideres tu refugio. Ahí puedes quedarte calentita y seguir creciendo.
Todo se ve diferente cuando empiezas a mirar a tus ex como capítulos de un libro que se pasan, para que la historia pueda avanzar.